lunes, 26 de octubre de 2015

MATAR, SI, PERO CON HIGIENE

matadero.



 En 1921, el Ayuntamiento de Bilbao, promulgó una ley para cumplir una serie de normas de higiene en la matanza de reses para el consumo de los ciudadanos y se decidió buscar un lugar para el que se le conocería como matadero.


Ya en el siglo XVII en la villa existió un edificio al lado de la calle Barrencalle que hizo las veces de matadero.


Sin embargo, no fue suficiente para suministrar a la población que iba creciendo y hubo que trasladar este servicio a la calle Banco de España donde estuvo hasta que, de nuevo, en 1869 las autoridades se plantearon otro traslado. Esta vez la idea era alejarlo de la vida cotidiana del centro de la villa pero, debido a la guerra carlista y a los problemas económicos que esta generó en la ciudad, hubo que esperar hasta 1878 cuando, después de pensar en zonas como Atxuri o Uribitarte, fue la calle Tívoli la ubicación elegida.


Tres veterinarios, uno era el Director Técnico del Matadero y los otros dos sus ayudantes, debían realizar un reconocimiento a la res antes de sacrificarla para atestiguar la buena salud de la misma y, garantizar así, su consumo.



Además de estos profesionales, la figura del Conserje jefe era de las más importantes; debía aportar cinco años de experiencia y saber leer y escribir.



Varios eran los puestos en los que se requería de un estómago fuerte y sin remilgos. Los matarifes se encargaban de hacer honor a su nombre y sacrificar a los animales.



Las ventreras eran mujeres trabajadoras cuya función consistía en extraer del vientre (de ahí su nombre) el sebo, la manteca, los intestinos y el cuajo de aquellos animales sacrificados.



Además, debían transportar todo aquello a la tripería.



El resto de empleados eran el sellador, el pesador, limpiadores y porteros. Como curiosidad, el hecho de que los mozos de establo eran los únicos a los que se les exigía hablar en Euskera.




Cada día, al finalizar la jornada, no podían quedar restos de carne en el local. Todo era transportado a los lugares de venta y el matadero debía mantenerse limpio hasta el día siguiente.



El Ayuntamiento era el responsable de suministrar la carne pero siempre con unas medidas de higiene, así se garantizaba la salud de los bilbaínos.


 http://conocebilbaoconesme.es/2015/10/25/matar-si-pero-con-higiene/





Diccionario de Bilbao: ‘apurruchar’, ‘calva’, ‘chastabeo’ y ‘ené’



Un joven, a punto de ser bilbainamente apurruchado



Amigos de Bilbao, qué mejor en este martes que echar un vistazo al excelso “Lexicón bilbaíno”, de Emiliano de Arriaga, para aprender algunas palabras del Diccionario de Bilbao. El saber no ocupa lugar, dicen, pero quien dice eso no se da cuenta de que cuando el saber es bilbaino -como nosotros- sí ocupa, porque es demasiado grande para no hacerlo.


 Claro que los de Bilbao somos capaces de asumir una cantidad enorme de saber. Bueno, vayamos al grano, ya veréis qué pedazo de palabras tenemos para hoy.


Apurruchar: viene de “apurtxau” o “apurtxutu“, que son términos en euskera, y significa “romper o desmenuzar una cosa, reduciéndola a pequeños fragmentos“. Es sinónimo de “despachurrar” o “aplastar“.


 Quién no ha sufrido o protagonizado alguna vez un apurruchamiento en el típico autobús bilbaino o en el Metro, en día de partido en San Mamés.



Calva:Haser calva a la escuela -dice Emiliano de Arriaga- era aquí lo mismo que en Castilla ‘hacer novillos’; no hay para qué decir -añade- que también llamamos calva a la ausencia de pelo, y cuando llega ‘la ocasión’ la pintamos igualmente desprovista de cabellos“. Imposible no acordarse en este punto del bilbaino con alopecia más querido por todos: Toquero.


Chastabeo: Emiliano de Arriaga cuenta que es una palabra “muy ambigua“, porque sirve “para indicar cualquier artificio u objeto con que se soluciona una dificultad material“. El autor pone este ejemplo: “Hace falta sostener sin clavar una cosa adosada al muro… pues se le pone debajo un chastabeo, llámese repisa, ménsula, palomilla…“. “Txastabin“, que en euskera significa “barrena“, podría ser el origen de este término, dice Arriaga.


Ené: es una “expresión de alegría o de asombro, según el acento o la inflexión que se le dé


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"Ené, Gaizka -espeta Muniain a Toquero, la calva más famosa del Athletic-, apurruchas al contrario con tu juego". Foto: EFE.
"Ené, Gaizka -espeta Muniain a Toquero, la calva más famosa del Athletic-, apurruchas al contrario con tu juego".



Ené, que grande es Bilbao, amigos. A apurruchar lo que queda de semana, hasta el viernes :-) ¡Un saludo!


 http://www.blogseitb.com/bilbao/2012/05/29/diccionario-de-bilbao-apurruchar-calva-chastabeo-y-ene/






jueves, 22 de octubre de 2015

ME COLÉ EN EL ANTIGUO HOSPITAL

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Hace semanas, paseando por la zona de Atxuri, me quedé observando un edificio que tantas y tantas veces había visto pero que jamás se me había ocurrido acceder a él.


En un arranque de esos míos, subí las escaleras y llegué a una especie de porche donde pude contemplar un mural con un gran dibujo que recrea una escena de hace más de cien años: vaquillas en la Plaza Vieja, es decir, a pocos metros de donde me encontraba.



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Pero, no me iba a quedar ahí, debía avanzar si quería saber cómo era por dentro aquel edificio de 1835 construido bajo proyecto de Gabriel Benito de Orbegozo, que se inspiró en hospitales ingleses de la época.


Crucé la puerta y me encontré con un portal donde se recibía a los alumnos o visitantes y donde había paneles informativos. A la izquierda pude ver una gran sala de recreo.


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No había nadie, así que pasé otra puerta que me llevaba directamente al centro educativo.





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No se oía ni un ruido, no se veía a nadie. Yo iba fisgando todo. Un pasillo muy largo con puertas a ambos lados; algunas abiertas me permitían observar su interior, otras cerradas removían mi curiosidad.


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De repente se abrió una de ellas y, un hombre con varias carpetas en la mano, me saludó. Respondí al saludo y continué mi camino pero él me preguntó: “¿Buscas algo?”





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Yo nunca miento, así que, le confesé la verdad a sabiendas que eso podía significar que me quedara sin mi visita y me obligara a abandonar el centro, ya que yo no era alumna sino una curiosa incorregible.




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Para mi sorpresa, me sonrió y me indicó que le siguiera asegurándome que él me enseñaría este centro educativo. Me explicó que, en ese momento, no había alumnos y al primer sitio que me llevó fue a una clase y acercándose a un gran ventanal me señaló las vistas.


Frente a mí el Colegio Público Maestro García Rivero donde, en ese momento, varias decenas de niños jugaban y chillaban con la despreocupación que solo la infancia es capaz de dar



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Seguimos el tour hacia otras aulas mientras yo iba recordando los datos que conocía de este lugar. En estos terrenos y un poco más hacia la Plaza de la Encarnación existió desde 1532, el Hospital de los Santos Juanes, el primero de la ciudad. Varias reformas y reconstrucciones se llevaron a cabo en aquel centro médico, hasta que se construyó el edificio en el que me hallaba en ese momento.




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Mi guía resultó ser un profesor muy simpático y con mucho sentido del humor que, rincón a rincón, me fue mostrando el Instituto Politécnico Emilio Campuzano que es así como se llama oficialmente.


Me llevó a otra aula donde, en una especie de taller, había diferentes aparatos y “chismes” que él me explicaba con gran paciencia y yo no entendía casi nada. Eran cosas muy técnicas y mi cerebro no está preparado para recibir esa información, le confesé entre risas.

Entonces fue cuando decidió que me gustaría más ver otras cosas.


-Te voy a enseñar un sitio que no creerías que está aquí, en el instituto.





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Por unas escaleras subimos hacia una puerta acristalada que abrió mientras, con una sonrisa, me miraba intuyendo mi reacción, que no fue otra que de sorpresa y entusiasmo al verme en un lugar mágico, al menos así me lo pareció a mí.


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Me explicó que se trataba de una zona de recreo, un pequeño oasis en medio de este imponente edificio.


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Subí las escaleras con emoción y me advirtió de que tuviera cuidado, no estaban en muy buenas condiciones. Llegué a un rincón romántico que me recordó a alguno que vi en un viaje a Oxford hace años. No sé por qué me vino ese recuerdo.


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Era un pequeño parquecito con unos bancos algo deteriorados. Mi guía admitió que no lo utilizaban mucho los alumnos.




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Mucha vegetación y varias plantas sembradas, cada una con una placa con el nombre en latín.




También pude ver un campo de deporte y, algo más arriba, un frontón con necesidad de una mano de pintura.


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Todas estas instalaciones habían pasado mejores momentos y hoy en día no gozaban de mucha salud pero a mí me encantaron. Iba de un lugar a otro imaginando mil historias y asegurando que jamás hubiera pensado que esta construcción decimonónica albergara este remanso de paz donde todo parece detenerse, donde no oyes la continua circulación de los coches a escasos metros, ni las voces de los transeúntes.


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Varias veces me alegré interiormente de haber cruzado la puerta del Instituto y, sobre todo, de haber topado con este amable profesor.



Después de disfrutar y fotografiar este bucólico rincón, me indicó el camino para acceder a otro edificio un poco más arriba, desde donde obtener una maravillosa visión de la iglesia San Antón testigo de las diferentes utilidades de este majestuoso edificio que, fue hospital y también Museo de Bellas Artes, antes de ser un centro docente.


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Este instituto se dedica a formar hombres y mujeres en carreras técnicas y facilitarles el acceso a una exitosa vida laboral. La enseñanza de calidad garantiza la inserción de estos jóvenes en el mundo profesional.


Alrededor de 1500 alumnos al año confían en este centro, en sus enseñanzas y en su profesorado.


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Cuando ya pensaba que lo había visto todo me llevó a la sala de profesores. Una estancia muy grande donde ellos se reúnen o simplemente descansan en sus momentos libres. En las paredes de esta gran habitación cuelgan unas reproducciones de cuadros de artistas vascos.


Salimos de allí y, por unas escaleras, bajamos a la planta inferior, por donde había entrado.



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Me despedí agradeciéndole su tiempo y amabilidad. No supe su nombre, no hacía falta, pero lo que si supe es que seguro era un gran educador porque se notaba que tanto el edificio como las asignaturas que imparte le emocionaban y lo vivía con gran intensidad. Uno de esos profesores motivados que tanto escasean.

Salí feliz, había curioseado en uno de los edificios emblemáticos de la villa.


 Esme










FOTOS: ANDONI RENTERIA

martes, 20 de octubre de 2015

sábado, 10 de octubre de 2015

"ZIRGARIAK (sirgueras)" de Ferber




"Zirgariak" (Las Sirgueras, traducido del euskera) es una pequeña gran película, protagonizada por la actriz Kontxu Odriozola. La cinta recoge el oficio de las sirgueras, mujeres bravas que se ocuparon de uno de los trabajos más duros de la zona portuaria bilbaína durante largos años. Su labor consistía en arrastrar en pequeños botes, ría arriba, las mercancías que llegaban hasta la costa de Bilbao en grandes buques.

El cineasta Fernando Bernal "Ferber", el actor Urko Olazabal y el productor navarro Elias Martinez de Lecea "Liton" (el Komando La Greña te saluda) se dejaron la piel para rodar este cuco largometraje de 43 minutazos. A pesar de lo limitado del presupuesto, a pesar del mal tiempo y de la grandeza de su empresa inicial, lograron crear un producto muy digno. El rodaje se prolongó durante varias semanas, entre mayo y junio de 2006, y tuvo un primer estrenó el día 10 de septiembre en Las Arenas (Bizkaia), coincidiendo con la representación teatral sobre el oficio de las sirgueras que cada año organiza la asociación cultural Jentilak. 
 

"Zirgariak" cuenta un reparto que entremezcla actores aficionados y con actores profesionales vascos, entre los cuales figuran figuras como Nati Ortiz de Zarate, Maite Aguirre, Aitor Vazquez, la guapa Itxaso Gonzalez o la gran Kontxu Odriozola ("Goenkale", "Las seis en punta"), quien interpreta el papel de Casilda, la sirguera que lleva "la voz cantante de su grupo".
 
 
 En palabras del director Ferber, el antiguo oficio de sirguera era "muy duro" puesto que las mujeres trabajaban "de sol a sol". Los buques de cierto calado no podían pasar de la zona costera de Olabeaga, por lo que era preciso trasladar las mercancías en gabarras, pequeños botes, hasta Bilbao. Las mujeres arrastraban en hilera las gabarras mediante una soga que llevaban ceñida al cuerpo, labor que realizaron hasta inicios del siglo XX. 
 




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Entre los siglos XVI y XVII, se emplearon primero bueyes para el pesado arrastre, después fueron los hombres fornidos los que empezaron en tan ardua tarea. Pero, en siglo XIX, los varones tuvieron que delegar en sus mujeres a consecuencia de las sucesivas Guerra Carlistas y a la voraz hambruna que se padeció en la zona de Algorta y en otras localidades de los alrededores de Bilbao.




lunes, 5 de octubre de 2015

Canadian Grizzly bear hunt video

VISITA EXPRÉS POR BILBAO

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Es cierto que Bilbao es una ciudad con muchos rincones para descubrir, muchos museos que visitar, muchas iglesias donde entrar, muchos montes o colinas que subir… En definitiva, Bilbao no es un pueblito que se recorra en dos horas, aunque solemos decir aquello de: “Bilbao es un pañuelo”. A pesar de sus dimensiones, quiero demostraros con este post, que en ocho horas alguien que venga por primera vez a Bilbao y que tenga ganas de andar, puede hacerse una idea muy completa de lo que diariamente es nuestra ciudad y de cómo somos los bilbaínos.



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El jueves día 1 de octubre, una joven cántabra que no conocía nuestra villa, se decidió a venir a conocerla si era yo quien se la mostraba.


A las once menos tres minutos me encontraba en la estación de autobuses Termibús, acompañada de Andoni, que inmortalizaría con su cámara este intenso pero divertido día.


Yo, a pesar de conocerla, escribí su nombre en un folio al estilo de los chóferes que van a buscar a gente importante a los aeropuertos. Sabía que le gustaría y no me equivoqué. Al verme su cara se iluminó mientras nos fundimos en un abrazo.


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* Después de interesarme por su viaje le indiqué que lo primero seria ver La Catedral pero…la de fútbol, así que la lleve a San Mamés. Dimos una vuelta completa al campo por el exterior. Afortunadamente, había alguna puerta abierta y pudo hacerse una idea de cómo eran las gradas.



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Desde las inmediaciones del campo le expliqué la futura obra en el canal de Deusto. Le hablé del Monte Banderas y del antiguo astillero Euskalduna.


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Continuamos camino hacia el Sagrado Corazón y, mientras pasábamos por los jardines de la Misericordia, le fui contando cuál era el origen del nombre de San Mamés y porqué a los jugadores se les llama leones. Le hizo mucha gracia la anécdota y me aseguró que la contaría a sus amigos futboleros.


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En la plaza del Sagrado Corazón, le expliqué una breve historia sobre la estatua y le indiqué dónde empezaba desde aquí la calle más importante de Bilbao.




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Nos dirigimos hacia el Museo Marítimo y, la foto desde arriba con la grúa Karola al fondo, es imprescindible. Por las escaleras bajamos hasta la puerta principal del museo, al que accedimos pero solo hasta el hall.



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Le hablé del curioso nombre de la grúa y, como era de rigor, le enseñé la gabarra y alguno de los barcos que se encuentran en el dique seco del museo.



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También le hablé de la casa de bombas y de los deportes que se practican en la ría. Se quedó asombrada de la gran actividad de nuestra arteria principal.



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En los alrededores del Palacio Euskalduna nos detuvimos para explicarle el material utilizado en su construcción que le da ese aspecto herrumbroso.



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Le pedí que se fijara en las farolas, en la estatua de Dali dentro del lago y, al otro lado de la ría, en nuestro emblemático tigre.




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Todas las historias que le contaba tanto de los tomates de Deusto o de por qué el querido felino enseña sus fauces hacia el centro de Bilbao, le arrancaban una sonrisa o una exclamación.


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Entramos en uno de los pulmones de la ciudad, quizá el más querido por los niños de todas las edades y todas las épocas. Le comenté las innumerables caídas de los bilbaínos de hace 40 años en los famosos triciclos de hierro; a punto estuve de enseñarle alguna cicatriz mía en la rodilla.


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 Después de saludar y fotografiarse con Verdi, nos dirigimos al estanque que, en ese momento, estaban limpiando.


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Nos sentamos en un banco a reposar y, para coger fuerzas, saqué un par de bollos de mantequilla típicos de Bilbao, que ella no había saboreado nunca. Le gustó mucho y se lo comió mientras le hablaba de los pavos reales, del palomar, de los barquilleros y de tantas y tantas historias de nuestro parque.




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Subimos hacia la zona de columpios para presentarle al payaso por excelencia, al inigualable Tonetti.



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De allí nos dirigimos al Museo de Bellas Artes, donde posó junto a Melpómene mientras le explicaba que, en otros tiempos de menos libertad, hubo quien se quejó de la impúdica musa, obligando al Consistorio a encargar otra con ropa, mientras que esta fue delegada al sótano de la pinacoteca.



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Pasados esos años convulsos, pudo salir al exterior, a su lugar original y, su hermana vestida, decora una fuente en el paseo de Uribitarte.





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Desde la plaza del Museo y, después de alguna foto para el recuerdo, nos encaminamos al siguiente destino que sería ni más ni menos que el Museo Guggenheim.


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Al llegar y, desde lo alto, le señalé el edificio de la Universidad de Deusto y cada uno de los edificios que se pueden observar desde aquí.



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Le encantó nuestro perrito al que solo había visto en fotos y, por supuesto, no sabía cómo era su estructura ni su sistema de riego hasta que se lo detallé yo.




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Dentro del museo todo le llamó la atención, las líneas curvas, la seguridad, la cantidad de turistas, los laberintos de Serra…todo.


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 Fue una pena que los tulipanes de Jeff Koons no se encontraran en su lugar habitual ya que los están restaurando.



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Cuando abandonamos el museo lo hicimos por la puerta más cercana a la ría para que admirara la obra de Anish Kapoor y la Araña Mummy.


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Nuestro paseo continuó por la orilla de la ría; al pasar debajo del Puente de la Salve, le expliqué el porqué de ese nombre y también le hablé de los saltos del campeonato Red Bull Cliff Diving de la semana anterior que congregó a miles de bilbaínos en torno a este puente.


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La Puerta de los Honorables fue escenario también de fotos y de explicaciones.




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Llegamos al puente Zubi-Zuri y, desde lo alto, le hablé de las Torres Isozaki, le señalé la Basílica de Begoña y, sobre todo, le mostré la alfombra que despertó su curiosidad.







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Habíamos cruzado al Campo Volantín y ella no tenía ni idea del lugar al que nos dirigíamos. Yo quería que fuese una sorpresa.



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 No es la primera vez que lo hago y, siempre se sorprende la gente cuando cruza el umbral de la estación del Funicular de Artxanda.


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Ana observaba fascinada cómo llegaba el que nos trasladaría en tres minutos a la cima del monte que tantos y tantos domingos he subido con mis padres cuando era niña.


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Durante el viaje, sus pupilas captaban todo mientras yo le indicaba los nombres de los lugares que pasábamos como Mirador a Bilbao o Ciudad Jardín.



Ya estábamos arriba, en el mirador, contemplando la Capital del Mundo desde lo alto. Aquel es un magnífico lugar para señalar e ir explicando cada edificio o cada parque o los montes de en frente.



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Ella estaba feliz, se le notaba. El entorno le resultó precioso y, a esas horas, muy tranquilo.
Minutos más tarde salíamos de nuevo a la plaza del Funicular camino del Ayuntamiento.



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Frente a esta construcción de estilo ecléctico del año 1892 y, mientras posaba para el fotógrafo, le indiqué cuáles eran las ventanas del Salón Árabe, escenario de tantos actos lúdicos e institucionales.



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Le llamó mucho la atención el nombre de la escultura de Oteiza. Claro, como a todo el mundo.



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Otra cosa que hubo que explicarle fue el sistema de apertura que tuvo el puente del Ayuntamiento, ya que, mientras andábamos por encima, se movió un poco, como sucede siempre que pasa un vehículo grande y pesado.


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 Los bilbaínos ya no lo notamos pero la gente de fuera sí, así que, merece una aclaración.



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Llegamos al Arenal, donde el kiosco nos recibe sin músicos y, por lo tanto, sin música.



Pregunta el nombre de la iglesia y yo le aclaro que se trata de la Iglesia de San Nicolás, llamada así en honor de los pescadores.



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 Entonces aprovecho para hablarle de los barcos que llegaban hasta aquí y de que si se llama Arenal es porque aquí hubo arena, cosa que parece lógica pero que no todo el mundo sabe.



También le hablo del Teatro Arriaga, del rascacielos de la calle Bailén, de la estación de la Concordia y del edificio de la Sociedad Bilbaína.



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Entramos en la calle Correo, repleta de turistas y gente con prisa. Es la hora de comer, unos irán a sus casas y otros buscan una buena mesa donde probar nuestras exquisiteces.


Eso fue lo que hicimos nosotros. No nos costó decidirnos por un restaurante, estaba planificado, con lo que no perdimos el tiempo. En apenas una hora, habíamos dado buena cuenta de unas ensaladas, un sabroso bacalao y un postre casero.


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Para bajar la comida nos dirigimos a la plaza de la Catedral, a Santiago. Después de la foto, nos pidió que le acompañáramos a una tienda de souvenirs donde adquirió un recuerdo con imágenes de Bilbao.



Una parada y una explicación en la Fuente del Perro.




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La iglesia de San Antón fue nuestro siguiente destino; para nuestra decepción, la puerta cerrada, nos impidió ver los restos de la antigua muralla y Ana se tuvo que conformar con mi explicación.




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Le hablé del puente, del escudo de la villa, de los lobos, de la familia López de Haro, de la Estación de Atxuri y de todo lo que desde el puente abarca la vista.


Entramos en el mercado de la Ribera; todavía no estaban abiertos los puestos de comida pero sí las cafeterías. Las vidrieras y la arquitectura del edificio le fascinaron.



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Era momento de visitar el Museo Vasco, el mejor desde mi punto de vista. Los jueves la entrada es gratuita, por lo que no es necesario acercarse al mostrador para solicitar el ticket.


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Subimos en ascensor a la tercera planta donde, la maqueta, nos da una idea del aspecto de Bizkaia a vista de pájaro.


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Fuimos descendiendo por las escaleras mientras le explicaba diferentes escenas de las fotografías realizadas por Eulalia Abaitua que cuelgan por las paredes entre los pisos.


Nos detuvimos en mi cuadro favorito; una escena de una cena navideña de una familia vasca pintada por Enrique Albizu.



Otra de las salas donde pasamos unos minutos observando y comentando la manera de tejer de aquella época, fue la de los telares.



Desgraciadamente no pudo ver el claustro ni el Mikeldi, ya que permanece cerrado para restaurar tan importante joya, quizá la más importante del museo.


Una vez fuera le señalé el busto de Unamuno encima del pedestal y las escaleras para subir a visitar a la Amatxu de Begoña. Allí también le hablé del Museo Arqueológico situado en la antigua estación de Lezama.


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Al entrar en la plaza Nueva, la algarabía habitual nos recibió. Muchos niños que, una vez terminadas sus obligaciones escolares, se divierten en este rincón del Casco Viejo. Quiso saber que significaba Euskaltzandia y, allí, se lo expliqué.



El reloj de la plaza nos indicaba que debíamos continuar la ruta si queríamos aprovechar bien las horas que nos quedaban.



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Salimos de allí hacia el puente del Arenal, subimos por la calle Navarra donde paramos en la famosa heladería para ofrecerle un helado de kalimotxo. Rechazó la invitación, me aseguró, que otro día lo tomaría.


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En la plaza Circular le presenté al fundador de la villa, a Don Diego López de Haro.



También entramos en la oficina de turismo mientras le comentaba que, en su origen, se edificó como hotel y, posteriormente, fue sede de una entidad bancaria.


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Al pasar por la puerta principal de la estación de Abando se me ocurrió que le gustaría ver la vidriera policromada con escenas costumbristas realizada por la Unión de Artistas Vidrieros de Irún.



Una vez admirada esta preciosa obra de arte, por las escaleras mecánicas, en pocos minutos, estábamos de nuevo en el hall donde le señalé el acceso a la boca de metro explicándole cuándo se inauguró, a qué llamamos “Fosteritos” y lo profundas que son las estaciones.


De nuevo en la plaza Circular, al pasar por la fuente, le dije que aquel era un lugar donde muchos bilbaínos hemos quedado con los amigos en algún momento de nuestras vidas.



Entramos en la Gran Vía. Por las aceras mucha gente iba y venía, con bolsas, con mochilas, con niños, con prisas…


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Unos cientos de pasos después llegamos al Palacio de la Diputación y, para fotografiarlo, cruzamos la acera y nos colocamos al lado de la famosa pastelería, donde le señalé el mostrador de mármol y sus famosas trufas de chocolate.



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Avanzamos hacia la Plaza Moyua, que atravesamos para sacarnos una foto en su fuente y, desde ese punto, explicarle los diferentes edificios que rodean esta preciosa y elegante plaza.



No lo tenía previsto pero íbamos bien de tiempo, así que se me ocurrió salir de la Gran Vía y dirigirnos hacia la Alhóndiga, para ello cruzamos la plaza Bizkaia abarrotada de niños de uniforme del cercano colegio El Pilar.


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En la plaza Arriquibar, delante del espejo, como dos mujeres presumidas, nos sacamos esta foto.

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Dentro de la Alhóndiga hubo algunas cosas que le llamaron la atención: el Sol en la pantalla gigante, las extrañas y divertidas columnas y el fondo de cristal de la piscina donde, en ese momento, varias eran las personas que practicaban natación.


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Salimos de allí hacia la Plaza Indautxu donde nos sentamos a descansar unos minutos mientras observábamos la fachada de la Casa de los Aldeanos.


Faltaban cuarenta minutos para que Ana montara en el autobús que la llevaría de nuevo a su casa, así que fuimos andando mientras cruzamos Doctor Areilza donde al pasar por el Colegio de Jesuitas le expliqué que era uno de los colegios con más solera de Bilbao.


En Sabino Arana, le conté cómo era el aspecto de la calle hace unos años, antes de que derribaran esa variante. Seguimos hacia la estación de Termibus y, al mirar el reloj, comprobamos que nos daba tiempo a sentarnos en una terraza a tomar un refresco mientras hacíamos una reflexión sobre la jornada de hoy.


El balance de Ana fue absolutamente positivo, nos aseguró a Andoni y a mí que lo había pasado genial, que había aprendido mucho sobre nuestra ciudad y que en estas horas se había hecho dado cuenta de lo buenos anfitriones que somos los bilbaínos y de la maravillosa ciudad en la que tenemos la suerte de vivir.


Minutos después tomó asiento en el autocar que le devolvería feliz a su pueblo en Cantabria.
Misión cumplida. Hemos enseñado a Ana lo más importante de Bilbao en ocho horas.



FOTOS: ANDONI RENTERIA.

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