Situada
entre montañas y bañada por un ría cuyas aguas zigzaguean
caprichosamente en su plácido camino hacia el mar, la ciudad de Bilbao
se muestra al viajero como un compendio de bellas estampas en donde el
verde que la circunda se alía con un sinfín de atractivas construcciones
y mágicas calles a través de las cuales el visitante descubrirá, para
su satisfacción, todos esos alicientes necesarios para exaltar sus
sentidos y satisfacer su curiosidad.
Como
una madre que acaricia dulcemente a sus hijos, la ría de Bilbao es la
razón de existir de esta ciudad, pues fue siglos atrás cuando sus aguas
propiciaron que a sus orillas pudiera desarrollarse una actividad
económica e industrial que con el tiempo dio riqueza y esplendor a esta
urbe situada a orillas del mar Cantábrico.
Pero
si dicha actividad industrial hizo que durante mucho tiempo esta
ciudad, a pesar de su esplendor económico, tuviera un aspecto gris y
melancólico, durante las últimas décadas Bilbao se ha convertido en una
metrópolis limpia y llena de atractivos al trasladar dicha actividad
industrial más allá de los límites de la propia ciudad. Sí, casi de la
noche a la mañana, el sombrío trajín de los astilleros que bordeaban la
ría se transformó en bellos paseos peatonales desde donde poder observar
con tranquilidad estampas tan impresionantes como el Museo Guggenheim,
la Universidad de Deusto, el Ayuntamiento, el Museo Marítimo y un sinfín
de sugerentes panorámicas que colmarán de ilusión las pupilas del
paseante.
Aunque hablando de
panorámicas, les recomendaría que en su visita tomaran el funicular para
subir al monte Artxanda y así descubrir en su integridad el
impresionante paso de la ría zigzagueando entre las montañas y los
edificios que la rodean. Desde allí observarán una bellísima estampa del
majestuoso y nuevo Campo de San Mamés, así como una perfecta panorámica
de todas esas calles y callejuelas de las que les hablaba al principio
de este artículo.
Por
lo tanto no se limiten solo a observar, razón por la cual en cuanto
desciendan de las alturas a través nuevamente del funicular, sigan
bordando la ría hasta llegar al pequeño, pero coqueto, Barrio Viejo para
descubrir el Teatro Arriaga, la Plaza Nueva, el Mercado de la Ribera,
la Iglesia de San Antón y, por supuesto, sus famosas “siete calles” en
donde la gastronomía se convierte en la verdadera protagonista.
Pidan
una copa, o dos, de “txakoli”, y degusten esos “pintxos” que harán que
sus jugos gástricos, pero sobre todo su paladar, vivan una auténtica
fiesta de mil y un sugerentes sabores.
Así
es, hoy en día Bilbao, y evidentemente también la amabilidad de sus
gentes, se han convertido en un atractivo lugar para todos aquellos
viajeros que esperan, como es lógico, descubrir sugerentes lugares y
rincones en los que poder satisfacer a sus inquietos sentidos.
Por
supuesto, hay muchos más atractivos que descubrir en esta ciudad, como
por ejemplo el edificio de la Alhóndiga, sus bellos palacios, sus
impresionantes casas señoriales, o pasear por sus majestuosas avenidas
como la Gran Vía o por sugerentes calles peatonales y repletas de vida
que colmarán sin lugar a dudas sus ansias de descubrimiento, pero eso,
lógicamente, deberán descubrirlo ustedes mismos en persona para así
sentir todo su esplendor al completo.
Decía
el célebre cantautor Raimon que todos los colores del verde se dan cita
en estas bellas tierras del País Vasco, a lo que yo añadiría que es la
conjunción de sus paisajes y el tesón de sus gentes lo que han
convertido este rincón del planeta en un lugar digno de ser admirado.
¡No se lo pierdan! Buen viaje.
Por Víctor J. Maicas, periodista y escritor.
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