EL CHABOLISMO
Las chabolas habían surgido en Bilbao adquiriendo tal importancia que eran como barrios o ciudades, con su vida propia, dentro de la Villa. Los núcleos más importantes fueron la falda del Monte Banderas que mira a san Ignacio, Los Caños, Ollargan, Hirsuta y la Campa de los Ingleses, hoy llamada Abandoibarra. Su presencia era de lo más evidente, ya que se podían ver desde cualquier rincón y las del último caso desde el puente de Deusto con una panorámica perfecta.
Las levantaban los inmigrantes que, habiendo conseguido trabajo en pleno auge, se traían a sus familias con ellos. Al no contar con permiso de construcción, todas las chabolas se construían por las noches con los materiales mas primarios: maderas de deshecho, chapa de bidones, cartones... Durante el día se apilaba el material y en cuanto caían las sombras se ponían de manos a la obra de forma que al día siguiente la familia ya estaba ocupándola y no la podían echar de allí.
Por supuesto no contaban con sanitarios ni agua, y las tomas de luz se hacía de forma fraudulenta. Llegaron a alinearse formando calles. Los más espabilados abrieron rudimentarios bares que llegaron a considerarse puntos de reunión de los vecinos. En el Monte Banderas, incluso, tuvieron iglesia y escuelas propias.
El enorme barrio que se formó en la Campa de los Ingleses, en el espacio comprendido entre el solar donde hoy se alza el Museo Guggenheim y el puente de Deusto, surgió el albergue que se montaron varias familias bajo el viaducto, en la parte mas angosta inmediata al apeadero del ferrocarril de Santurtzi. De forma más rudimentaria, aquellos inmigrantes se acomodaron como pudieron desafiando a las inclemencias del tiempo.
El incremento de chabolas lo veía Bilbao día a día sin que nadie hiciera nada por solucionar el problema. Algunos, los mas pudientes dentro de la miseria que reinaba en la zona, llegaron a acomodar animales de corral en habitáculos de increíble precariedad.
LA MISERIA QUE ASUSTÓ A FRANCO
La idea original de hacer Ocharcoaga – así se escribía entonces – nació como consecuencia de un viaje que Franco hizo a Bilbao. En cierto momento de su recorrido en coche descubrió a través de las ventanillas la existencia de chabolas cubriendo las faldas del monte Banderas. “¿Qué son aquellas casitas que se ven en esa ladera?”, preguntó con su característica voz atiplada a sus acompañantes. Estos, con cierto rubor, salieron del paso contándole que eran chabolas construidas ilegalmente por la corriente migratoria que había tenido Bilbao con motivo de su auge industrial.
Dicen las crónicas que Franco comprendió inmediatamente el sentido del comentario de sus aduladores compañeros de vehículo. “Pues la próxima vez que venga no quiero ver ni una. ¡Háganles casas como Dios manda!”, fue el inmediato requerimiento que hizo. Como las “observaciones” del caudillo eran veladas órdenes tajantes, quienes le acompañaban en aquel momento “cazaron” al vuelo el sentido de aquellas frases.
El mandato hizo estremecer a más de uno en el Ministerio de la Vivienda. Durante muchos años, las autoridades habían cerrado los ojos ante un tema, el del chabolismo, que, día a día, iba tomando proporciones alarmantes. Los cimientos de aquel organismo se tambalearon cuando se decidió de forma tan irrebatible que se debía dar una solución al problema. Y rápida.
NACE OCHARCOAGA
La solución que aportó el Ministerio de la Vivienda ante tal dictatorial requisitoria fue la construcción de una gran barriada que acogiera a todas aquellas familias. La voladura de las chabolas comenzó el 29 de agosto de 1961 en el Monte Banderas continuándose por los otros focos. Así nació Otxarkoaga.
ARTICULO: Febrero 2005
Desde Pau Casals se aprecia la desordenada disposición de los edificios que conforman el barrio. Y es que Otxarkoaga trepa por las faldas de Santa Marina, lo que explica lo estrechas e intrincadas que son sus calles. Salta también a la vista que la urbanización de la zona se hizo deprisa y corriendo. Las autoridades, con el fin de acabar con el chabolismo que había instalado en ella a principios de los sesenta, decidieron levantar un barrio para los trabajadores emigrados de otras provincias. Sólo se tardó año y medio en construir 3.500 pisos. Por supuesto, tanta celeridad y la mala calidad de los materiales de construcción pasaron factura muy pronto a los vecinos, que sólo en los últimos años han apreciado verdaderas mejoras en sus viviendas y en las propias calles. Gracias al plan de urbanización aprobado por el Ayuntamiento en 1.992 y que está próximo a finalizar, ha mejorado la accesibilidad a los edificios, la inclusión de trazados peatonales o la reordenación del tráfico son algunas de las medidas que se han ido adoptando. Además, recientemente se inauguró el parking de la calle Ciceruene, con capacidad para un centenar de vehículos y la nueva plaza Ugarte situada en la misma zona.
chabolismo
EL CHABOLISMO1959. Las chabolas habían surgido en Bilbao adquiriendo tal importancia que eran como barrios o ciudades, con su vida propia, dentro de la Villa. Los núcleos más importantes fueron la falda del Monte Banderas que mira a san Ignacio, Los Caños, Ollargan, Hirsuta y la Campa de los Ingleses, hoy llamada Abandoibarra. Su presencia era de lo más evidente, ya que se podían ver desde cualquier rincón y las del último caso desde el puente de Deusto con una panorámica perfecta.
Las levantaban los inmigrantes que, habiendo conseguido trabajo en pleno auge, se traían a sus familias con ellos. Al no contar con permiso de construcción, todas las chabolas se construían por las noches con los materiales mas primarios: maderas de deshecho, chapa de bidones, cartones… Durante el día se apilaba el material y en cuanto caían las sombras se ponían de manos a la obra de forma que al día siguiente la familia ya estaba ocupándola y no la podían echar de allí.
Por supuesto no contaban con sanitarios ni agua, y las tomas de luz se hacía de forma fraudulenta. Llegaron a alinearse formando calles. Los más espabilados abrieron rudimentarios bares que llegaron a considerarse puntos de reunión de los vecinos. En el Monte Banderas, incluso, tuvieron iglesia y escuelas propias.
El enorme barrio que se formó en la Campa de los Ingleses, en el espacio comprendido entre el solar donde hoy se alza el Museo Guggenheim y el puente de Deusto, surgió el albergue que se montaron varias familias bajo el viaducto, en la parte mas angosta inmediata al apeadero del ferrocarril de Santurtzi. De forma más rudimentaria, aquellos inmigrantes se acomodaron como pudieron desafiando a las inclemencias del tiempo.
El incremento de chabolas lo veía Bilbao día a día sin que nadie hiciera nada por solucionar el problema. Algunos, los mas pudientes dentro de la miseria que reinaba en la zona, llegaron a acomodar animales de corral en habitáculos de increíble precariedad.
LA MISERIA QUE ASUSTÓ A FRANCO
La idea original de hacer Ocharcoaga – así se escribía entonces – nació como consecuencia de un viaje que Franco hizo a Bilbao. En cierto momento de su recorrido en coche descubrió a través de las ventanillas la existencia de chabolas cubriendo las faldas del monte Banderas. “¿Qué son aquellas casitas que se ven en esa ladera?”, preguntó con su característica voz atiplada a sus acompañantes. Estos, con cierto rubor, salieron del paso contándole que eran chabolas construidas ilegalmente por la corriente migratoria que había tenido Bilbao con motivo de su auge industrial.
Dicen las crónicas que Franco comprendió inmediatamente el sentido del comentario de sus aduladores compañeros de vehículo. “Pues la próxima vez que venga no quiero ver ni una. ¡Háganles casas como Dios manda!”, fue el inmediato requerimiento que hizo. Como las “observaciones” del caudillo eran veladas órdenes tajantes, quienes le acompañaban en aquel momento “cazaron” al vuelo el sentido de aquellas frases.
El mandato hizo estremecer a más de uno en el Ministerio de la Vivienda. Durante muchos años, las autoridades habían cerrado los ojos ante un tema, el del chabolismo, que, día a día, iba tomando proporciones alarmantes. Los cimientos de aquel organismo se tambalearon cuando se decidió de forma tan irrebatible que se debía dar una solución al problema. Y rápida.
NACE OTXARKOAGA
La solución que aportó el Ministerio de la Vivienda ante tal dictatorial requisitoria fue la construcción de una gran barriada que acogiera a todas aquellas familias. La voladura de las chabolas comenzó el 29 de agosto de 1961 en el Monte Banderas continuándose por los otros focos. Así nació Otxarkoaga.
ARTICULO: Febrero 2005
Desde Pau Casals se aprecia la desordenada disposición de los edificios que conforman el barrio. Y es que Otxarkoaga trepa por las faldas de Santa Marina, lo que explica lo estrechas e intrincadas que son sus calles. Salta también a la vista que la urbanización de la zona se hizo deprisa y corriendo. Las autoridades, con el fin de acabar con el chabolismo que había instalado en ella a principios de los sesenta, decidieron levantar un barrio para los trabajadores emigrados de otras provincias. Sólo se tardó año y medio en construir 3.500 pisos. Por supuesto, tanta celeridad y la mala calidad de los materiales de construcción pasaron factura muy pronto a los vecinos, que sólo en los últimos años han apreciado verdaderas mejoras en sus viviendas y en las propias calles. Gracias al plan de urbanización aprobado por el Ayuntamiento en 1.992 y que está próximo a finalizar, ha mejorado la accesibilidad a los edificios, la inclusión de trazados peatonales o la reordenación del tráfico son algunas de las medidas que se han ido adoptando. Además, recientemente se inauguró el parking de la calle Ciceruene, con capacidad para un centenar de vehículos y la nueva plaza Ugarte situada en la misma zona.
Vídeo sobre el chabolismo en Bilbao en 1960, justo antes de la creación de Otxarkoaga
La vida en las chabolas de Bilbao
JOSÉ MARI REVIRIEGO j.m.reviriego@diario-elcorreo.com
La vida en las chabolas de Bilbao
Bilbaínos de otras tierras recuerdan las ilusiones y miserias de su vida en los poblados de Artxanda, el derribo y su traslado a Otxarkoaga, en agosto de 1961.
Cuando Julia, Benjamín y Cristina llegaron a Bilbao se podía arrendar un burro en la estación del Norte para subir hasta las faldas de Artxanda el baúl, en cuyo interior estaban ordenadas con mimo y olor a tomillo del pueblo las pertenencias más preciadas de la familia. Allá arriba, en las laderas embarradas, crecían los poblados de chabolas, levantados a mano por sus propios habitantes, llegados de otras regiones en busca de jornal. Aquí no había agua ni luz. Las casas, de madera o ladrillo, eran un simple hueco para camas y cocina de chapa, con tela asfáltica como techo o, con suerte, teja. Como baño, un orinal. Para limpiar la ropa había que bajar hasta los lavaderos de Deusto y Elorrieta. Y luego subir. Siempre a pie porque no había transporte ni dinero para pagarlo. Supervivencia y dignidad.
Así era la vida en los poblados de Artxanda, el hogar de Julia Manzanera, Benjamín Herrera y Cristina Conde en los años cincuenta. Como otros miles de emigrantes, vivieron en estas condiciones hasta agosto de 1961, fecha en la que estos pueblos olvidados de la memoria se derribaron por orden de Franco. Sus habitantes fueron trasladados a Otxarkoaga, barrio de nuevo cuño construido con celeridad en una vaguada para poder poner fin al chabolismo.
Las vivencias de Julia, Benjamín y Cristina resumen el capítulo más duro del desarrollo de Bilbao tras la Guerra Civil, ilusiones y miserias en las que muchos se ven identificados. Vinieron a Bilbao por miles, desde Castilla, Extremadura, Andalucía, Galicia, Cantabria... atraídos por un poderosa motivación, la que hoy también mueve el mundo: sobrevivir, un futuro mejor. A veces, por pura necesidad, ya que «en el pueblo no había nada que comer». Bilbao fue el escenario de un movimiento migratorio quizá superior al que se está produciendo hoy con la inmigración. En vez de extranjeros, eran emigrantes de otras regiones de España. En diez años, la población ganó más de 100.000 personas, de 238.000 en 1955 a 348.000 en 1965 -casi el censo actual-.
Tras ahorrar para el viaje en tren, muchas familias no tenían dinero ni para vivir de patrona. No quedaba otra que mirar a las laderas, furtivas. Allí, con la ayuda del vecindario, se podía levantar una casa en una noche, a hurtadillas de la Policía, en la que cobijarse hasta que la prosperidad les permitiera bajar y residir en la ciudad.
Un trozo de galleta
Los poblados de Artxanda eran los más grandes. Y de ellos, dos: Monte Banderas, que tenía hasta iglesia, y Monte Cabras. En el primero, el solar se compraba a una familia. En el segundo bastaba con tender cuatro cuerdas y reservar una finca. En ambos casos, sobre un terreno con riesgo de desprendimientos. Mirar atrás es una mezcla de «fabulosos recuerdos» de la niñez y «perra» juventud.
Benjamín comenzó a trabajar con once años y medio de recadista en Particular de Indautxu porque «había que aportar». Un bocadillo en Doña Casilda y a pie a casa, en el Monte Cabras, donde convivía en una chabola con diez familiares y la alegría era un trozo de galleta, compartida.
Julia Manzanera, que vivía en el Monte Banderas, recuerda que entonces se trabajaba toda la semana -su padre lo hacía en un taller de troqueles en Doctor Areilza y los domingos, de acomodador en un cine-. Ella empezó a los 13 años como ayudante de modista en la calle Ercilla: «Todo el día fuera de casa y luego cuesta arriba, sola, de noche. Pasaba un miedo por el camino...».
Junto a su marido, Cristina Conde sacó adelante a sus cinco hijos en el Monte Cabras. «Di a luz al quinto, una niña, un 13 de diciembre en Cruces y al de dos días ya estaba en casa, bajando al lavadero. Llovía y, cuando subía, me caí, manché la ropa y otra vez a lavar».
La situación se hizo insostenible a finales de los 50. Una crisis laboral dejó a muchos hombres sin trabajo durante meses. Impotentes, sin nada para dar de comer a los hijos, algunas madres bajaron a pedir a la sección femenina de Zabalburu, donde daban vales de comida. En Ollerías Altas, las cocinas de la Falange repartían un cazo de cocido por niño. En Bombero Echániz, en la 'gota de leche', botellines para bebés. Y para arriba, con toda la carga a cuestas, llorando. Es muy duro admitir que no hay siquiera para comer. Eso es la pobreza.
Muchos descendientes de la generación de las chabolas han crecido sin conocer las calamidades que sufrieron sus padres porque éstos evitaron contar a sus hijos lo más duro por pudor, tal vez, a un pasado de chabolista. O sea, que cuando miren a sus padres en silencio, a su madre, sentados juntos en una comida de domingo, deben saber que en esas manos encalladas, en esas arrugas, en ese dolor de piernas, hay mucha dedicación, esfuerzo, mucho amor. Seguro que ya lo saben porque no hay de qué avergonzarse.
El poblado del Monte Banderas fue derribado por el Ejército el 29 de agosto de 1961 a golpe de piqueta y dinamita, después de una visita de Franco a Bilbao en la que ordenó erradicar el chabolismo. Al parecer, el dictador vio las casas de Artxanda desde el Arriaga durante una cena, siendo alcalde Lorenzo Hurtado de Saracho. El resto de asentamientos -Ollargan, Los Caños, Campa de los Ingleses- corrió la misma suerte en la 'operación chabola', concebida para cambiar «una residencia indigna por una humanizada», según las crónicas. El hacinamiento, además de ser terrible para sus moradores, dañaba la imagen de un régimen que se volcaba en el desarrollismo.
Los nuevos hogares
Los vecinos de las chabolas fueron trasladados, algunos en camiones militares, a los más de 3.000 pisos levantados en Otxarkoaga, embrión de Viviendas Municipales, la sociedad que gestiona el alquiler para las rentas más necesitadas. Eran hogares modestos, de apenas 50 metros, pero cómodos. «Teníamos cuarto de baño, duchas. Podíamos lavar en casa, había grifo, luz... ».
Cuando llegaron a Otxarkoaga no había calles, ni iglesia, ni autobuses. Se trató de un desembarco tan precipitado que las obras de urbanización se han prolongado hasta nuestros días. Hasta se echó estiércol en los jardines para que crecieran antes de la inauguración, presidida por Franco. Y vaya si lo hicieron, pero «cómo olía».
Para los vecinos las viviendas fueron una bendición, pues se olvidaron así de subir al monte para hacer las necesidades, de lavarse por partes en un barreño -o bajar a los baños públicos de Atxuri- de ir a la fuente con un balde improvisado en una lata de queso de racionamiento con una cuerda por asa. De poner un bidón bajo el canalón para aprovechar el agua de la lluvia. Adiós al carburo.
Apenas quedan documentos gráficos del chabolismo de Bilbao. El mejor es un cortometraje titulado 'Ocharcoaga', promovido en 1961 por el Ministerio de Vivienda bajo la dirección de Jordi Grau. Este trabajo, que recogía durante diez minutos la vida en los poblados, su derribo y el realojo en Otxarkoaga, se daba por perdido -hasta el propio autor desconocía si existían copias-. Pero la película se ha conservado casi cincuenta años después. Hay un negativo en la firma madrileña Fotofilm y el laboratorio de la Filmoteca Española ya tiene una copia, en respuesta al interés del Ministerio de Vivienda por recuperar la obra. Aunque su técnica dificulta el telecinado, la reproducción es posible.
El mejor documento es la memoria. El miércoles -29 de agosto, aniversario del derribo- Julia, Benjamín y Cristina visitaron el Monte Banderas y descubrieron, con emoción, que aún quedan ladrillos entre los escombros, vestigios de sus hogares. «Aquí, hace cincuenta años, había vida», comentaron. Muchos han muerto ya, pero el recuerdo se mantiene. Tras el desalojo de los poblados, Julia y Benjamín, ambos de 61 años, se conocieron en Otxarkoaga y se casaron. Cristina, de 77 años, es viuda y tiene seis biznietos.
«No había nada que perder»
Los habitantes de las chabolas destacan la solidaridad que había entre las familias vecinas en su lucha por prosperar
Benjamín y Julia vivieron de niños en los poblados de chabolas de Artxanda. Cristina lo hizo joven, pero ya casada y con hijos. Estas son sus historias.
LUZ CON GASA Y ACEITE
Cristina Conde llegó a Bilbao en 1941 desde Santander, tras el incendio que «machacó» la capital cántabra. «Mi padre, que tenía un restaurante, lo perdió todo. Además, las tropas nacionales lo cerraron. Al principio nos instalamos en la calle Bailén, número 24, en una habitación. Mi padre murió, me casé y fuimos de patrona a Labairu, pero los que regentaban la vivienda no querían críos en casa. Nos fuimos a Barakaldo con los cuatro hijos, a una habitación que le quedó libre a mi hermano. Luego me enteré que unos parientes vivían en el Monte Cabras y que había albañiles entre ellos. Decidimos ir a una zona que se llamaba La Picota. En una noche levantamos la casa, construida con bloques de cemento. Por el día venía la Policía y nos decía 'cómo se les ocurre hacer esto, si es ilegal, les vamos a denunciar'. La denuncia no llegaba nunca; en realidad, nunca vimos que se derribara una chabola. Vivíamos siete en casa, donde nos hemos llegado a alumbrar con gasa con aceite. Como no había escuela, una vecina daba clases a mis hijos por cinco pesetas al mes. Con catorce años empezaron a trabajar en cafeterías».
LA VISITA DE LA POLICÍA
Benjamín Herrera vino en 1957 a Bilbao, procedente de Villaverde de Medina (Valladolid). Tenía 11 años. Su padre trabajaba en la construcción, en La Asturiana -posteriormente fue una de las constructoras de Otxarkoaga- y en verano regresaba al pueblo a segar. «Mi tío hizo la chabola y la familia decidió venir. Estuvimos 4 ó 5 meses en el camino Berriz y posteriormente nos trasladamos al Monte Cabras. Por la noche mi difunto padre nos daba un cincel y un martillo y nos poníamos a construir la chabola».
«Había una solidaridad impresionante entre la gente. Todos echaban una mano. Es que vivíamos juntos. Había una partera en el barrio, la señora María, y si los hijos se quedaban solos siempre se hacía cargo de ellas alguna vecina. Por el día se pasaba la Policía y nosotros metíamos en casa a una niña pequeña que comenzaba a llorar. Los agentes así no entraban, tal vez se apiadaban de nosotros. La vida se hacía luego en la calle, en el cachito. En realidad, estábamos todo el día fuera de casa, trabajando. Bajábamos y subíamos andando. A veces, nos colgábamos del remolque de un camión que subía a la escombrera. ¿Que cómo fuimos recibidos? Bien y mal. Nos llamaban coreanos, pero había gente cariñosa. Sentí un poco de desprecio, a veces, pero más por parte de la burguesía. Mi padre hablaba muy bien de la gente de pueblo, de Ondarroa. Nosotros vinimos a trabajar, honradamente».
LA LLUVIA TIRÓ LA CASA
Julia Manzanera, esposa de Benjamín, señala cuál era el secreto de la hermandad: «Como no había intereses, no había nada que perder. Yo vine con 7 años desde Villabuena del Puente (Zamora). Primero a Sestao, a una habitación con derecho a cocina, con mis padres y hermana. Por mediación de uno del pueblo, nos trasladamos al monte Banderas. El terreno se compraba a Urquijo, que era dueño de la zona. Teníamos escrituras. Hicimos una chabola de madera y otra de ladrillo en la pendiente de la ladera».
«Vivíamos seis personas en una casa común con mis tías. Un día, una lluvia torrencial tiró abajo la casa y escapamos por los pelos. Con la ayuda de los vecinos y del cura del barrio, don Jesús Martín, la levantamos de nuevo. Mi padre, cuando llegaba de trabajar, subía la garrafa y el caldero lleno de agua, cogida en la fuente de Deusto. También recogíamos el agua de la lluvia en bidones. Con trece años empecé a trabajar para una modista, aunque antes, en verano, era recadista en Jado. Hemos pasado muchas calamidades. Por eso tenemos que ser más comprensivos con la gente que viene de fuera. Nosotros estamos ahora en la orilla buena. Ellos vienen de la mala, y esa nosotros ya la conocemos».
Tomé partido por la gente
Jordi Grau Solá
El Ministerio de Vivienda encargó el documental 'Ocharcoaga' a la productora Procusa, que era del Opus, a través de Gabriel Arias-Salgado (ministro de Información y Turismo), Gonzalo Fernández de la Mora (Obras Públicas) y Alberto Ullastres (Comercio). Y Procusa contactó conmigo porque yo había hecho para esta empresa tres o cuatro cortometrajes y, además, produjo mi primera película, 'Noche de verano'. Quince días antes de rodar, estuve en los poblados de Bilbao, vi todo aquello e hice un guión. Consistía en retratar a la gente que vivía en las chabolas, la construcción de Otxarkoaga y la destrucción de las chabolas el 29 de agosto de 1961. Una cámara se movía suavemente entre la gente y mostraba cómo se vivía allí. Había precariedad, hacinamiento, se convivía con animales de corral, pero también existía cierta confortabilidad. Había alguna nevera, cosa que me sorprendió. La banda sonora de esa parte era un silbido, una canción. Y retraté Otxarkoaga de forma abstracta, recurriendo al estilo de Mondrian, muy lineal, con música electrónica. En ambos casos, Antonio Pérez Oleaga, ya fallecido, compuso la banda sonora.
Se hizo todo en una semana. Como tenía prisa trabajé con dos equipos. Uno preparaba escenarios y el otro rodaba. Luego se montó. Ahora me acuerdo. El cortometraje empezaba con una serie de planos, casi yermos, de gente trabajando, de gente que se iba a Bilbao. Rodé en unos campos secos de Guadalajara, campos de Castilla, a gente del pueblo saliendo al Norte, al País Vasco, que se veía verde y fértil.
Los del Ministerio de Vivienda estaban encantados con el resultado. Me dijeron que con un tema tan árido había hecho una cosa poética. El problema vino cuando lo vio Franco. Dijo: «muy bien, muy bien, pero no se ve a gente contenta en Otxarkoaga». Fue el único que se dio cuenta. Había un plano donde se veía el interior de una chabola, con un perchero en el medio como si fuera un árbol protector, rodeado de maletas. El desarraigo otra vez.
Debido a lo que había dicho Franco, tuve que rodar unos cuantos planos más de gente que saliese alegre en Otxarkoaga. Grabé a unos vecinos comiendo unos huevos fritos y otros por la calle. Lo hice en un día soleado porque los planos de las chabolas estaban rodados en un día gris. Fueron tres o cuatro planos nuevos para contentar al 'jefe'. Evidentemente, el documental tenía una finalidad propagandística, pero yo tomé partido por la gente, sin demagogia. En todo momento lo hice desde el punto de vista humano.
La vida en las chabolas de Bilbao
Bilbaínos de otras tierras recuerdan las ilusiones y miserias de su vida en los poblados de Artxanda, el derribo y su traslado a Otxarkoaga, en agosto de 1961.
Cuando Julia, Benjamín y Cristina llegaron a Bilbao se podía arrendar un burro en la estación del Norte para subir hasta las faldas de Artxanda el baúl, en cuyo interior estaban ordenadas con mimo y olor a tomillo del pueblo las pertenencias más preciadas de la familia. Allá arriba, en las laderas embarradas, crecían los poblados de chabolas, levantados a mano por sus propios habitantes, llegados de otras regiones en busca de jornal. Aquí no había agua ni luz. Las casas, de madera o ladrillo, eran un simple hueco para camas y cocina de chapa, con tela asfáltica como techo o, con suerte, teja. Como baño, un orinal. Para limpiar la ropa había que bajar hasta los lavaderos de Deusto y Elorrieta. Y luego subir. Siempre a pie porque no había transporte ni dinero para pagarlo. Supervivencia y dignidad.
Así era la vida en los poblados de Artxanda, el hogar de Julia Manzanera, Benjamín Herrera y Cristina Conde en los años cincuenta. Como otros miles de emigrantes, vivieron en estas condiciones hasta agosto de 1961, fecha en la que estos pueblos olvidados de la memoria se derribaron por orden de Franco. Sus habitantes fueron trasladados a Otxarkoaga, barrio de nuevo cuño construido con celeridad en una vaguada para poder poner fin al chabolismo.
Las vivencias de Julia, Benjamín y Cristina resumen el capítulo más duro del desarrollo de Bilbao tras la Guerra Civil, ilusiones y miserias en las que muchos se ven identificados. Vinieron a Bilbao por miles, desde Castilla, Extremadura, Andalucía, Galicia, Cantabria... atraídos por un poderosa motivación, la que hoy también mueve el mundo: sobrevivir, un futuro mejor. A veces, por pura necesidad, ya que «en el pueblo no había nada que comer». Bilbao fue el escenario de un movimiento migratorio quizá superior al que se está produciendo hoy con la inmigración. En vez de extranjeros, eran emigrantes de otras regiones de España. En diez años, la población ganó más de 100.000 personas, de 238.000 en 1955 a 348.000 en 1965 -casi el censo actual-.
Tras ahorrar para el viaje en tren, muchas familias no tenían dinero ni para vivir de patrona. No quedaba otra que mirar a las laderas, furtivas. Allí, con la ayuda del vecindario, se podía levantar una casa en una noche, a hurtadillas de la Policía, en la que cobijarse hasta que la prosperidad les permitiera bajar y residir en la ciudad.
Un trozo de galleta
Los poblados de Artxanda eran los más grandes. Y de ellos, dos: Monte Banderas, que tenía hasta iglesia, y Monte Cabras. En el primero, el solar se compraba a una familia. En el segundo bastaba con tender cuatro cuerdas y reservar una finca. En ambos casos, sobre un terreno con riesgo de desprendimientos. Mirar atrás es una mezcla de «fabulosos recuerdos» de la niñez y «perra» juventud.
Benjamín comenzó a trabajar con once años y medio de recadista en Particular de Indautxu porque «había que aportar». Un bocadillo en Doña Casilda y a pie a casa, en el Monte Cabras, donde convivía en una chabola con diez familiares y la alegría era un trozo de galleta, compartida.
Julia Manzanera, que vivía en el Monte Banderas, recuerda que entonces se trabajaba toda la semana -su padre lo hacía en un taller de troqueles en Doctor Areilza y los domingos, de acomodador en un cine-. Ella empezó a los 13 años como ayudante de modista en la calle Ercilla: «Todo el día fuera de casa y luego cuesta arriba, sola, de noche. Pasaba un miedo por el camino...».
Junto a su marido, Cristina Conde sacó adelante a sus cinco hijos en el Monte Cabras. «Di a luz al quinto, una niña, un 13 de diciembre en Cruces y al de dos días ya estaba en casa, bajando al lavadero. Llovía y, cuando subía, me caí, manché la ropa y otra vez a lavar».
La situación se hizo insostenible a finales de los 50. Una crisis laboral dejó a muchos hombres sin trabajo durante meses. Impotentes, sin nada para dar de comer a los hijos, algunas madres bajaron a pedir a la sección femenina de Zabalburu, donde daban vales de comida. En Ollerías Altas, las cocinas de la Falange repartían un cazo de cocido por niño. En Bombero Echániz, en la 'gota de leche', botellines para bebés. Y para arriba, con toda la carga a cuestas, llorando. Es muy duro admitir que no hay siquiera para comer. Eso es la pobreza.
Muchos descendientes de la generación de las chabolas han crecido sin conocer las calamidades que sufrieron sus padres porque éstos evitaron contar a sus hijos lo más duro por pudor, tal vez, a un pasado de chabolista. O sea, que cuando miren a sus padres en silencio, a su madre, sentados juntos en una comida de domingo, deben saber que en esas manos encalladas, en esas arrugas, en ese dolor de piernas, hay mucha dedicación, esfuerzo, mucho amor. Seguro que ya lo saben porque no hay de qué avergonzarse.
El poblado del Monte Banderas fue derribado por el Ejército el 29 de agosto de 1961 a golpe de piqueta y dinamita, después de una visita de Franco a Bilbao en la que ordenó erradicar el chabolismo. Al parecer, el dictador vio las casas de Artxanda desde el Arriaga durante una cena, siendo alcalde Lorenzo Hurtado de Saracho. El resto de asentamientos -Ollargan, Los Caños, Campa de los Ingleses- corrió la misma suerte en la 'operación chabola', concebida para cambiar «una residencia indigna por una humanizada», según las crónicas. El hacinamiento, además de ser terrible para sus moradores, dañaba la imagen de un régimen que se volcaba en el desarrollismo.
Los nuevos hogares
Los vecinos de las chabolas fueron trasladados, algunos en camiones militares, a los más de 3.000 pisos levantados en Otxarkoaga, embrión de Viviendas Municipales, la sociedad que gestiona el alquiler para las rentas más necesitadas. Eran hogares modestos, de apenas 50 metros, pero cómodos. «Teníamos cuarto de baño, duchas. Podíamos lavar en casa, había grifo, luz... ».
Cuando llegaron a Otxarkoaga no había calles, ni iglesia, ni autobuses. Se trató de un desembarco tan precipitado que las obras de urbanización se han prolongado hasta nuestros días. Hasta se echó estiércol en los jardines para que crecieran antes de la inauguración, presidida por Franco. Y vaya si lo hicieron, pero «cómo olía».
Para los vecinos las viviendas fueron una bendición, pues se olvidaron así de subir al monte para hacer las necesidades, de lavarse por partes en un barreño -o bajar a los baños públicos de Atxuri- de ir a la fuente con un balde improvisado en una lata de queso de racionamiento con una cuerda por asa. De poner un bidón bajo el canalón para aprovechar el agua de la lluvia. Adiós al carburo.
Apenas quedan documentos gráficos del chabolismo de Bilbao. El mejor es un cortometraje titulado 'Ocharcoaga', promovido en 1961 por el Ministerio de Vivienda bajo la dirección de Jordi Grau. Este trabajo, que recogía durante diez minutos la vida en los poblados, su derribo y el realojo en Otxarkoaga, se daba por perdido -hasta el propio autor desconocía si existían copias-. Pero la película se ha conservado casi cincuenta años después. Hay un negativo en la firma madrileña Fotofilm y el laboratorio de la Filmoteca Española ya tiene una copia, en respuesta al interés del Ministerio de Vivienda por recuperar la obra. Aunque su técnica dificulta el telecinado, la reproducción es posible.
El mejor documento es la memoria. El miércoles -29 de agosto, aniversario del derribo- Julia, Benjamín y Cristina visitaron el Monte Banderas y descubrieron, con emoción, que aún quedan ladrillos entre los escombros, vestigios de sus hogares. «Aquí, hace cincuenta años, había vida», comentaron. Muchos han muerto ya, pero el recuerdo se mantiene. Tras el desalojo de los poblados, Julia y Benjamín, ambos de 61 años, se conocieron en Otxarkoaga y se casaron. Cristina, de 77 años, es viuda y tiene seis biznietos.
«No había nada que perder»
Los habitantes de las chabolas destacan la solidaridad que había entre las familias vecinas en su lucha por prosperar
Benjamín y Julia vivieron de niños en los poblados de chabolas de Artxanda. Cristina lo hizo joven, pero ya casada y con hijos. Estas son sus historias.
LUZ CON GASA Y ACEITE
Cristina Conde llegó a Bilbao en 1941 desde Santander, tras el incendio que «machacó» la capital cántabra. «Mi padre, que tenía un restaurante, lo perdió todo. Además, las tropas nacionales lo cerraron. Al principio nos instalamos en la calle Bailén, número 24, en una habitación. Mi padre murió, me casé y fuimos de patrona a Labairu, pero los que regentaban la vivienda no querían críos en casa. Nos fuimos a Barakaldo con los cuatro hijos, a una habitación que le quedó libre a mi hermano. Luego me enteré que unos parientes vivían en el Monte Cabras y que había albañiles entre ellos. Decidimos ir a una zona que se llamaba La Picota. En una noche levantamos la casa, construida con bloques de cemento. Por el día venía la Policía y nos decía 'cómo se les ocurre hacer esto, si es ilegal, les vamos a denunciar'. La denuncia no llegaba nunca; en realidad, nunca vimos que se derribara una chabola. Vivíamos siete en casa, donde nos hemos llegado a alumbrar con gasa con aceite. Como no había escuela, una vecina daba clases a mis hijos por cinco pesetas al mes. Con catorce años empezaron a trabajar en cafeterías».
LA VISITA DE LA POLICÍA
Benjamín Herrera vino en 1957 a Bilbao, procedente de Villaverde de Medina (Valladolid). Tenía 11 años. Su padre trabajaba en la construcción, en La Asturiana -posteriormente fue una de las constructoras de Otxarkoaga- y en verano regresaba al pueblo a segar. «Mi tío hizo la chabola y la familia decidió venir. Estuvimos 4 ó 5 meses en el camino Berriz y posteriormente nos trasladamos al Monte Cabras. Por la noche mi difunto padre nos daba un cincel y un martillo y nos poníamos a construir la chabola».
«Había una solidaridad impresionante entre la gente. Todos echaban una mano. Es que vivíamos juntos. Había una partera en el barrio, la señora María, y si los hijos se quedaban solos siempre se hacía cargo de ellas alguna vecina. Por el día se pasaba la Policía y nosotros metíamos en casa a una niña pequeña que comenzaba a llorar. Los agentes así no entraban, tal vez se apiadaban de nosotros. La vida se hacía luego en la calle, en el cachito. En realidad, estábamos todo el día fuera de casa, trabajando. Bajábamos y subíamos andando. A veces, nos colgábamos del remolque de un camión que subía a la escombrera. ¿Que cómo fuimos recibidos? Bien y mal. Nos llamaban coreanos, pero había gente cariñosa. Sentí un poco de desprecio, a veces, pero más por parte de la burguesía. Mi padre hablaba muy bien de la gente de pueblo, de Ondarroa. Nosotros vinimos a trabajar, honradamente».
LA LLUVIA TIRÓ LA CASA
Julia Manzanera, esposa de Benjamín, señala cuál era el secreto de la hermandad: «Como no había intereses, no había nada que perder. Yo vine con 7 años desde Villabuena del Puente (Zamora). Primero a Sestao, a una habitación con derecho a cocina, con mis padres y hermana. Por mediación de uno del pueblo, nos trasladamos al monte Banderas. El terreno se compraba a Urquijo, que era dueño de la zona. Teníamos escrituras. Hicimos una chabola de madera y otra de ladrillo en la pendiente de la ladera».
«Vivíamos seis personas en una casa común con mis tías. Un día, una lluvia torrencial tiró abajo la casa y escapamos por los pelos. Con la ayuda de los vecinos y del cura del barrio, don Jesús Martín, la levantamos de nuevo. Mi padre, cuando llegaba de trabajar, subía la garrafa y el caldero lleno de agua, cogida en la fuente de Deusto. También recogíamos el agua de la lluvia en bidones. Con trece años empecé a trabajar para una modista, aunque antes, en verano, era recadista en Jado. Hemos pasado muchas calamidades. Por eso tenemos que ser más comprensivos con la gente que viene de fuera. Nosotros estamos ahora en la orilla buena. Ellos vienen de la mala, y esa nosotros ya la conocemos».
Tomé partido por la gente
Jordi Grau Solá
El Ministerio de Vivienda encargó el documental 'Ocharcoaga' a la productora Procusa, que era del Opus, a través de Gabriel Arias-Salgado (ministro de Información y Turismo), Gonzalo Fernández de la Mora (Obras Públicas) y Alberto Ullastres (Comercio). Y Procusa contactó conmigo porque yo había hecho para esta empresa tres o cuatro cortometrajes y, además, produjo mi primera película, 'Noche de verano'. Quince días antes de rodar, estuve en los poblados de Bilbao, vi todo aquello e hice un guión. Consistía en retratar a la gente que vivía en las chabolas, la construcción de Otxarkoaga y la destrucción de las chabolas el 29 de agosto de 1961. Una cámara se movía suavemente entre la gente y mostraba cómo se vivía allí. Había precariedad, hacinamiento, se convivía con animales de corral, pero también existía cierta confortabilidad. Había alguna nevera, cosa que me sorprendió. La banda sonora de esa parte era un silbido, una canción. Y retraté Otxarkoaga de forma abstracta, recurriendo al estilo de Mondrian, muy lineal, con música electrónica. En ambos casos, Antonio Pérez Oleaga, ya fallecido, compuso la banda sonora.
Se hizo todo en una semana. Como tenía prisa trabajé con dos equipos. Uno preparaba escenarios y el otro rodaba. Luego se montó. Ahora me acuerdo. El cortometraje empezaba con una serie de planos, casi yermos, de gente trabajando, de gente que se iba a Bilbao. Rodé en unos campos secos de Guadalajara, campos de Castilla, a gente del pueblo saliendo al Norte, al País Vasco, que se veía verde y fértil.
Los del Ministerio de Vivienda estaban encantados con el resultado. Me dijeron que con un tema tan árido había hecho una cosa poética. El problema vino cuando lo vio Franco. Dijo: «muy bien, muy bien, pero no se ve a gente contenta en Otxarkoaga». Fue el único que se dio cuenta. Había un plano donde se veía el interior de una chabola, con un perchero en el medio como si fuera un árbol protector, rodeado de maletas. El desarraigo otra vez.
Debido a lo que había dicho Franco, tuve que rodar unos cuantos planos más de gente que saliese alegre en Otxarkoaga. Grabé a unos vecinos comiendo unos huevos fritos y otros por la calle. Lo hice en un día soleado porque los planos de las chabolas estaban rodados en un día gris. Fueron tres o cuatro planos nuevos para contentar al 'jefe'. Evidentemente, el documental tenía una finalidad propagandística, pero yo tomé partido por la gente, sin demagogia. En todo momento lo hice desde el punto de vista humano.
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