Joselito y Belmonte, dos figuras que se dieron cita en las fiestas de Bilbao de 1919.
Tiempo de historias
La tranquilidad social por la que pasó Bilbao aquel mes de agosto de 1919 hizo que muchos se animaran a visitar la villa y, cómo no, a acudir en masas a las corridas de toros
Las fiestas de 1919 tuvieron su nota triste. El 20 de agosto falleció
en Zuazo, Álava, a los 75 años, Emiliano de Arriaga.
Escritor y
bilbaíno purista, dejó patente esta característica en casi todos sus
escritos en los que reflejó la imagen de un Bilbao singular y casi
exclusivo de aquellos que se resistían a aceptar los cambios que imponía
el progreso.
Entre sus obras, destacaron el 'Lexicón bilbaíno',
'Revoladas de un chimbo' y 'La Pastelería'.
En el momento de su muerte
ostentaba la presidencia de la Sociedad Filarmónica y la representación
consular de Costa Rica y Nicaragua. «Por su carácter era estimadísimo de
todos –señaló El Noticiero Bilbaíno–, y por su seriedad y excelente
trato, respetado en todas las clases sociales.
Su muerte constituye un
verdadero duelo en Bilbao». No era del todo cierto. Las reseñas de la
muerte de Emiliano de Arriaga no fueron extensas. 'El Noticiero
Bilbaíno', el diario 'Euzkadi' y 'El Nervión' sí mentaron el hecho. Lo
hicieron de forma breve, aunque sentida. No hizo lo mismo 'El Liberal'.
El silencio del periódico progresista relativizó el reconocimiento
unánime que algunos señalaron.
Emiliano de Arriaga estaba más que
cercano al nacionalismo y en sus escritos dejó traslucir, de forma nada
disimulada, un rechazo a los elementos que consideraba ajenos a Bilbao.
Sus descripciones de la vida de la villa durante la segunda parte del
siglo XIX, no estuvieron exentas de polémica pues muchos vieron en ellas
un claro rechazo hacia los inmigrantes.
La muerte de Emiliano de Arriaga no alteró el ritmo festivo.
Las fiestas siguieron tal y como se esperaba.
De hecho, la semana festiva de hace un siglo fue, en comparación con las de años precedentes, todo un éxito.
A pesar de que el Ayuntamiento siguiera en sus trece de no implicarse
más en la organización de los festejos, la animación en las calles fue
fantástica y la afluencia de forasteros batió todos los récords.
Al
parecer, la tranquilidad social por la que pasó Bilbao aquel mes de
agosto de 1919, hizo que muchos se animaran a visitar la villa y, cómo
no, a acudir en masas a las corridas de toros.
Y eso que durante
aquellos días los bilbaínos vivieron un conflicto para nada desdeñable:
la huelga de barberos.
Las peluquerías se convirtieron en terreno
peligroso debido al comportamiento violento de muchos huelguistas que,
para evitar que se abrieran los negocios, no dudaron en lanzar piedras
contra ellos, hubiera o no clientes en su interior.
Se hablaba por ello
de lo impopular de una protesta que perdía su legitimidad desde el
momento en que apostaba por una violencia que lo único que podía hacer
era perjudicar seriamente a los propios huelguistas.
Ante la afluencia de foráneos a la villa –turistas a día de hoy–, 'El
Noticiero Bilbaíno', puso el foco en la escasez de plazas hoteleras que
tenía Bilbao. «Pero ese número de forasteros no aumenta en la
proporción debida porque no encuentra en Bilbao hoteles y fondas donde
acomodarse».
Y aunque ya se habían comenzado a construir dos
hoteles, el diario pedía que la oferta se ampliara también a las clases
más modestas, aquellas que no podían permitirse pagar habitaciones de
lujo o semilujo.
Se acompañaba esta petición con el ejemplo de
San Sebastián, donde además de contar con establecimientos para las
clases acomodadas, también se ofrecía alojamiento a las personas más
modestas.
Se lograba así animar a los forasteros que, poco o mucho,
siempre gastaban algo en sus visitas.
Sin duda alguna, en 1919, el mayor gasto que hicieron los visitantes fue para ver las corridas de toros.
La plaza se llenó hasta la bandera todos los días.
Buena parte de aquel éxito estuvo en la presencia de dos de las figuras
más importantes del momento. Joselito y Belmonte se dieron cita en
Bilbao para proseguir con su particular duelo taurino.
Dos estilos
distintos, dos personalidades diferentes que hablaban ante el toro y
levantaban pasiones.
Los dos triunfaron en la Villa.
La nota discordante
la pusieron algunos revendedores que, listos como el hambre, intentaron
hacer el agosto a costa de los aficionados.
La reventa no era una
actividad prohibida.
Los había que revendían entradas pero se ajustaban a
un límite de comisión autorizado mientras que otros, aumentaban los
precios hasta hacerlos desorbitados.
Contra estos últimos el Gobernador
Civil dio la orden de actuar y requisarles todas las entradas.
Otro de los aspectos destacados de las fiestas de agosto de 1919 fue la tranquilidad en las calles.
«El gobernador civil tuvo ayer elogios para el Cuerpo de Vigilancia,
porque durante las últimas fiestas no se han registrado robos, timos,
etc. –recogió 'El Noticiero Bilbaíno'-, que con tanta frecuencia se
realizan aprovechando la aglomeración de las personas». No sólo eso.
Se
reconocía que, en general, la gente había tenido mucha más templanza y
que se habían evitado muchas cuestiones «que por desgracia degeneran en
riñas y terminan, en ocasiones, en lamentables crímenes».
La mayor parte
de la gente disfrutó de todas las atracciones y espectáculos en paz, lo
cual, se aseguraba, había mejorado en mucho la imagen de Bilbao y, a
buen seguro, sería todo un acicate para animar a más forasteros a
visitar la villa.
Las fiestas de 1919 fueron todo un éxito de público. Bilbao
se llenó de turistas y la gente disfrutó de lo lindo.
La iluminación de
edificios y lugares, que corrió a cargo del Ayuntamiento, fue magnífica
y todos los paseos y lugares emblemáticos de la Villa estuvieron a
rebosar.
Tampoco faltó personal en teatros y cinematógrafos.
Daba la
sensación de que, después de mucho tiempo, Bilbao había vuelto a
disfrutar de verdad de sus fiestas de agosto.
IMANOL VILLA
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