martes, 13 de diciembre de 2016

ILUSIONES EN EL AIRE


Tiene ochenta y siete años, los achaques de la edad, y está combaleciente en un hospital. Tasio sabe que pronto vendrá la enfermera a tomarle la tensión y la recibe como siempre, con una sonrisa.




- Buenos días abuelo, ¿qué tal ha descansado?



- Bién, mejor que estos días atrás. ¿Sábes?, hoy va a ser un día especial, viene mi nieto a visitarme y quiero darle una sorpresa.


- ¿Quién, Iker?
- Si, Iker.
- Pero... ¿no vino hace hace poco?




- Así es, quería ver el último partido del Athlétic en su despedida del viejo San Mames; por eso le dejé el carné de socio. Hoy viene a traérmelo.



Después de desayunar y asearse, Tasio se sienta al lado de la ventana de un edificio que conoce muy bien, y que le trae viejos recuerdos de su pasado y niñez.



Tenía tan sólo doce años cuando se encargaba (junto a su padre), del palomar del caserío Pantóa en Lezama; Tasio cuidaba y mimaba las palomas como si le fuese la vida en ello. Su padre, que le había transmitido el espíritu del Athlétic en su interior decía que así debía ser; porque en aquellos años, cada vez que en el campo de San Mamés se metía un gol, las palomas mensajeras se encargaban de llevar noticias al hospital de Santa Marina. 



Por aquel entonces, el Athlétic se comía con patatas a casi todos los rivales y la euforia desatada en el hospital era de tal magnitud, que los médicos decían que no había mejor medicina para los pacientes.


Tasio, que deja volar su mente mientras observa el paisaje, se ve a sí mismo de chaval cogiendo el tren de Lezama y llevando las jaulas a San Mamés antes de empezar el partido; después, su palomo preferido (caspita) se encarga de anunciar el primer gol del Athlétic y el resultado final. 



Aún recuerda los tragos con la bota de vino de los aficionados devorando el bocadillo de tortilla y su deseo de hacerse mayor para compartir ese instante. Su padre siempre se manchaba la camisa; después, en el caserío, aparte de fútbol había toros del rapapolvo que le echaba la madre por llevar la ropa sucia. Con el paso de los años las aves desaparecieron. La radio hizo posible que no fuesen necesarias para anunciar la buena nueva. 


Abstraído en sus pensamientos, Tasio no se da cuenta que Iker ha llegado hasta que el muchacho coloca una mano sobre su hombro. Antes de que pueda reaccionar, dos besos y un abrazo transportan el agradecimiento de su nieto por haberle dado la oportunidad de respirar el ambiente del último partido en La Catedral; después, cuando el chaval le da el carné Tasio le dice mientras guiña un ojo:
- ¡Es tuyo, y cuídalo!, porque tu padre ha pretendido hacerse con él sin conseguirlo jamás.



El catorce de noviembre de dos mil trece, a Tasio Basterretxea se le acabaron las pilas. Ese día no había palomas sobrevolando desde San Mamés hasta Santa Marina; pero más arriba, al lado del cielo, un león está sentado a la vera de San Mamés. Los dos esperan la llegada de Tasio para entregarle una camiseta del Athétic... rojiblanca.



Dionisio López Ramos







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