sábado, 10 de diciembre de 2011

El mejor templo del placer * Bilbao tiene una larga tradición de excelentes pastelerías. ¿Cuál de ellas es la mejor?

El mejor templo del placer
Adelia y su hijo Iván, en su local, la turronería Iváñez

Contaba el pasado lunes en la edición impresa de EL CORREO, sección 'Bilbainos con diptongo', que las mayores discusiones que he presenciado en mi vida no han sido por política, deporte o religión, sino por pastelerías y confiterías. Si creen que exagero, sepan que fue proclamar que el Sokonusko es mi turrón favorito y mencionar un puñado de pastelerías y comenzar a recibir todo tipo de comentarios. Así que he decidido reabrir el asunto. Ya sé que la vida está tirando a amarga y que el futuro pinta más oscuro de un turrón de chocolate, pero quizá por ello sea un tema socorrido para sobrellevar este sábado que va cerrando puente. Para el que tiene la suerte de tenerlo, porque quiere decir que tiene trabajo y fiesta. Advierto, eso sí, que no es tarea fácil. Lo de los dulces en Bilbao viene de viejo. Para comprobarlo viajemos a mediados del XIX. En las Siete Calles, las confiterías y pastelerías eran habituales.
 Bilbao era puerto de entrada y salida de mercancías y nunca faltaron leche y huevos autóctonos y harinas y especias llegadas de lejanas tierras. Antonio Trueba, famoso cronista, contaba que a principios de dicho siglo ya teníamos cafés. Solían ser ciudadanos suizos, italianos y franceses. Como un tal Rovina, que abrió uno en la calle del Correo. Fue antes de la Guerra de la Independencia. En 1814 le traspasó el local a un suizo llamado Bélti que, a su vez, se lo traspasó a otros dos suizos que lo rebautizaron como 'Café Suizo'. Por si había dudas del origen. Pero no fueron los únicos. Sobre todo, con el paso del tiempo. Para comprobarlo, entremos en esos santuarios del placer.
La primera que quiero visitar es la Turronería Heladería Iváñez de Correo 12. He charlado esta semana con Adelia, su dueña, y lo prometido es deuda. Que no todos los negocios pueden presumir de haber sido fundados hace 150 años. Y lo que les queda. Porque su hijo Iván continúa saga y oficio. Para ellos, hablar de ese rincón de las Siete Calles es hacerlo de la familia. Como le dije por teléfono, mi primer recuerdo es el de un servidor de la mano de mi madre, en el dulce portal, y delante del expositor. Comer los perritos de mazapán exigía liturgia. En una mano el globo de Calzados la Palma y en la otra uno de estos míticos dulces.
 Otra pastelería digna de destacar fue la de 'Las Delicias'. Data de 1877 y era famosa su crema para tostadas. La Palma Bilbaína, era conocida por los Solferinos, Severines, Alfonsinos, Mantecadas de Astorga y Vizcaínos de avellana. Qué decir del Lion d’Or, que contaba con un salón, muy señorial, adecuado para degustar café, té y chocolates mientras le daba uno al dulce. Y así fue hasta el siglo XX. Las dos primeras décadas no fueron días de vino y rosas, sino de restricciones y apreturas. Pero siempre hubo tiempo para un pastel. De ahí que afloraran pastelerías y confiterías. Todas tenían de todo. Pero cada una adquiría fama por un producto. La Santiaguito, pegada a la iglesia del santo en las Siete Calles, y la Viena, ambas desaparecidas, se especializaron en el pastel de arroz. Un día contaremos el origen de su nombre. Zuricalday por las rocas y los bollos de mantequilla. Jáuregui siempre tuvo buena mano con la carolina y las mermeladas.
 Viajemos ahora a La Suiza y sus mágicas tartas. Algunas, con un tamaño a medio camino entre pastel y tarta. A Urrestarazu cabe otorgarle título de pasteleros videntes. Días antes del partido Athletic-Sevilla de Copa elaboraron una tarta con dos porterías y un resultado: 3-0. Superen eso. No quiero olvidarme de Artagan, y Nevada.
Ojo, estas son las de un servidor. Seguro que ustedes tienen otras preferencias. De ahí que publique este artículo en edición digital. Para que, quien le apetezca, pueda dejar constancia por escrito, en ese eterno mar que es Internet, de cuál es el mejor tempo del placer de un Bilbao que siempre supo endulzarse la vida.

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