La evolución ha dejado de ser una teoría exclusivamente biológica para, poéticamente, ajustarse a una realidad gobernada por las creaciones artificiales antropogénicas, que parecen haber interiorizado más que ningún otra esa máxima de “adaptarse o morir”.
Ejemplo de ello son las ciudades, que a lo largo de los años no han cesado de incorporar o eliminar elementos y edificaciones con el fin de adaptarse a las necesidades de aquellos que las han habitado casi desde su nacimiento como especie.
Si en el pasado la tendencia obligaba a las ciudades a construir elementos defensivos para luego eliminarlos en favor de un mayor espacio en el que se pudieran construir mercados, factorías y carreteras, en la actualidad se inclinan más bien por incorporar los ingredientes necesarios que sacien la sed de la sostenibilidad.
A lo largo y ancho de la geografía española podemos encontrar ciudades que han conseguido adaptarse a esta nueva demanda intangible, como es el caso de Benidorm, pero muy pocas que lo hayan hecho en un tiempo tan reducido y con resultados tan sorprendentes como es el caso de Bilbao.
La capital de la provincia de Vizcaya se fundó y desarrolló durante el siglo XIV utilizando a la ría del Nervión como elemento vertebrador de crecimiento y base de su futura conversión hacia una ciudad mercantil en el siglo XVI. No obstante, su gran transformación llegó tras la Revolución Industrial y con la cada vez mayor apuesta por el sector siderúrgico como motor económico de la urbe.
Esa elección, si bien trajo prosperidad económica a la ciudad durante más de 100 años, al final les pasó una enorme factura con la llegada de la segunda crisis del petróleo a finales de los 70, que desquebrajó los cimientos de la industria siderúrgica en la región vasca.
De la noche a la mañana, los márgenes de la ría llenos de vida que habían caracterizado a la urbe vasca dieron paso a una estampa totalmente desoladora: las fabricas cerradas eran la decoración predilecta de la ciudad, aderezadas con los tonos grises de las vías férreas abandonadas y el hedor y contaminación de una ría que tras el cese de la actividad manifestaba así los excesos de años viviendo de espaldas hacia ella.
Como detallan los expertos, “fue en ese momento cuando los habitantes se dieron cuenta que la ciudad se había diseñado por y para la industria en vez de para sus ciudadanos y, por ese motivo, era necesario iniciar un proceso de reconversión para que la ciudad pudiera adaptarse al nuevo contexto que estaba viviendo”.
Aquel proceso se inició a finales de la década de los 80 amparado bajo el paraguas de la imperiosa necesidad de cambio, que fue capaz de ir paso por delante de los problemas económicos y sociales de la época, y enfocado dos ejes fundamentales: la remodelación urbanística y la reconstrucción ambiental.
La construcción del metro fue, sin duda, uno de los estandartes del primer eje. Antes de la recesión, Bilbao no era más que un amasijo de calles preparadas para los vehículos que necesitaban desplazarse y estacionarse para finalizar su trayecto en los debidos puestos de trabajo.
Aquel panorama tenía que ser eliminado y, por ese motivo, se planteó la construcción de un nuevo tipo de movilidad en el que el metro estuviera a la vanguardia, del mismo modo que pasaba en Madrid o Barcelona, y con el que se pudieran conectar los demás municipios que configuran lo que se conoce como el área metropolitana de Bilbao.
Tras un ajuste del presupuesto y del proyecto -que en un principio contó con siete líneas-, en 1988 se dio el pistoletazo de salida, manchado, eso sí, por las críticas de las otras caras del sector del transporte que vieron el metro como una amenaza más que como el inicio de una transformación.
No obstante, las críticas poco a poco se fueron transformando en éxito: tras un año de puesta en servicio, el número de viajeros se duplicó y prácticamente se triplicó en el siguiente, lo que produjo una modificación de los hábitos de movilidad en las zonas servidas, con una disminución neta del uso del vehículo privado.
Los ecos de este triunfo repercutieron casi de manera inmediata en la superficie ya que, al cambiar los hábitos en el transporte, la ciudad se pudo modificar priorizando áreas peatonales, verdes o aquellas que apostasen por una movilidad más sostenible, como es el caso del tranvía.
A su vez, el nuevo espacio que se ganó en la superficie propició la aparición de una renovada edificación vanguardista que, además del velar por el bienestar de los ciudadanos, sentó las bases del nuevo motor de desarrollo basado en el sector terciario. La reconstrucción de la Abandoibarra, impulsada por Bilbao Río 2000, es uno de los mejores ejemplos para ilustrar este cambio.
La misión era transformar una zona ocupada por el puerto, una estación de contenedores y el Astillero Euskalduna en un distrito totalmente distinto, donde el verde imperase frente a los colores del hormigón. Tras 200 millones de euros de inversión y varios años de trabajo, el símbolo del nuevo Bilbao pudo al fin erigirse.
Ahora aquel lugar está presidido por la Torre Iberdrola, icono de los negocios de la ciudad, un espacio de 115.000 metros cuadrados de zonas verdes y, sobre todo, el museo Guggenheim, que marcó el renacimiento cultural de Bilbao no solo dentro de nuestro país, sino también a nivel internacional.
Mientras todo este proceso se llevaba a cabo, de forma paralela comenzaron los preparativos para lograr la recuperación ambiental del Bilbao, concretamente la de su ría, que había sido maltratada por la actividad industrial. La misión era impulsar de nuevo la vida acuática en la ría y recuperar las playas interiores, al tiempo que se lograba alcanzar los niveles de saneamiento existentes antes del impulso de la siderurgia.
Este proceso de saneamiento urgente no fue el único objetivo, ya que a lo largo de la ría se fueron ejecutando más reformas que recordaron la tradición mercantil, la movilidad sostenible en sus aguas y la protección de la ciudad frente a futuras inundaciones, debido a que en 1983 sufrió una importante inundación que, en parte, fue el detonante del cambio.
Una nueva ciudad
A pesar de las trabas impuestas, sobre todo durante los años de recesión, el proceso de reconversión de Bilbao fue todo un éxito tanto a nivel nacional como internacional. De hecho, desde la década de los 90 la ciudad ha sido protagonista de innumerables congresos y premios, como el galardón Lee Kuan Yew de Singapur, considerado el premio Nobel de las ciudades.
Más recientemente, Greenpeace ha catalogado a Bilbao como la ciudad más sostenible de España, atendiendo al grado de compromiso del gobierno local por el medio ambiente y al estado de la movilidad.
Según la organización no gubernamental, la capital vizcaína es líder en movilidad sostenible gracias a un modelo que coloca la movilidad peatonal en el centro de la vida urbana: “Tras una profunda transformación urbana en las últimas dos décadas, centrada en la consolidación y la proximidad, actualmente un 64% de los desplazamientos en la Villa de Bilbao se realizan a pie, mientras que el uso del vehículo privado es solo del 11% y baja año tras año”, señalan.
La nueva ciudad de Bilbao destaca por su avanzada movilidad sostenible
Del mismo modo, desde Greenpeace informan que se trata de una ciudad con una amplia oferta de transporte público y que, aunque aún queden desafíos por pulir -como la promoción de la bicicleta- sus planes de movilidad se mantienen a la vanguardia incluyendo sistemas de participación ciudadana y acción en la movilidad de género.
En este sentido, hay que recordar que el proyecto de la ciudad de Bilbao se definió como un proyecto “sin evento”, es decir, sin una fecha de finalización, lo que ha permitido reinventar a la ciudad constantemente, sobre todo en materia de movilidad sostenible con su Plan de Movilidad Urbana Sostenible de Bilbao (PMUS) 2016-2030.
“Nos importa la movilidad. Pero por encima de ello, nos importa la calidad del aire y la reducción de la polución acústica. Nos importa reducir la siniestralidad y mejorar la accesibilidad. Queremos unir barrios y mejorar la comunicación entre ellos. Nos importan las personas”, comentó Juan Mari Aburto, alcalde de Bilbao, durante la presentación de este plan.
Una de las últimas medidas aplicadas en esta materia ha sido la limitación a 30 kilómetros por hora la velocidad de todo el tráfico rodado en la ciudad. De este modo, Bilbao se ha convertido en la primera ciudad del mundo con más de 300.000 habitantes en aplicar este tipo de estrategia con la que se espera reducir la siniestralidad y, sobre todo, cambiar aún más los hábitos de movilidad y reducir la presión ambiental.
Por supuesto, esta medida suscitó numerosas críticas. Sin embargo, la experiencia parece indicar que terminarán convirtiéndose de nuevo en éxitos. El proceso de adaptación es así: el miedo a lo desconocido levanta rechazo, nublando la idea de que tal vez ese cambio es la diferencia entre esa “vida o muerte”.
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