Los vecinos de las calles del bilbaíno San
Francisco se organizan, por su cuenta, para limar diferencias.
La
gentrificación promovida por los poderes públicos olvidó cuidar de la
convivencia
Ibai Gandiaga
Elisa de los Reyes
El sol de primavera se aleja del valle del Ibaizabal,
dejando la ciudad de Bilbao en ese momento en el que debería ser de
noche, pero aún es de día. Como dando fe de esa dicotomía, aparece ante
nosotros una escena digna de atención: en primer plano, un padre rebusca
en un contenedor de basura utilizando un garfio metálico con el que
extraer piezas de aluminio para luego venderlas al peso. A su lado, un
niño de unos siete años observa con atención la operación.
En un plano posterior, una pequeña terraza de bar
reúne a un grupo de personas que ignoran la escena a tiempo que degustan
una cerveza bajo el telón de fondo de un bar de decoración ecléctica y vintage.
Como queriendo completar el reparto de opereta, por el lateral de ese
improvisado teatro urbano aparece un grupo de turistas que, mapa de
Bilbao en mano, intentan ubicarse en el barrio “bohemio” de la villa.
Si continuamos andando, nos encontraremos con una
plaza amplia, de bancos y farolas de diseño y césped recién cortado
donde un grupo de niños gitanos corretea mientras sus madres charlan a
un lado. Un poco más allá, la calle vuelve a estrecharse y entonces se
colmata: a ambos lados aparecen tiendas de fruta y verdura de árabes y
de latinos, peluquerías subsaharianas, una antigua librería de barrio,
bares gallegos, vascos y ecuatorianos, un local de venta de productos
senegaleses.
Podríamos encontrar menores que esnifan pegamento, un alcohólico que se duerme en una esquina, un vecino que siempre habla solo ante su portal
La calle se llena de coches, bajo la atenta mirada
tanto de la policía como de grupos de hombres de color de misteriosa
ocupación. Más resguardados podríamos encontrar menores que esnifan
pegamento, un alcohólico que se duerme en una esquina, un vecino que
siempre habla solo ante su portal. Y más arriba, en la calle paralela,
hallaremos mujeres en las esquinas y letreros de prostíbulos.
A la vuelta de la esquina, tal vez tomemos aliento en
una plaza con un edificio recién construido, moderno, que alberga desde
un centro de formación profesional hasta un vivero de empresas para
jóvenes emprendedores o un conjunto de iniciativas sociales que ensayan
“entornos de colaboración”. Más tarde puede que vayamos al bar cultural
del barrio: hoy toca curso de gastronomía yucateca y cena comunitaria
posterior.
Nos encontramos en el barrio de San Francisco, en la
margen izquierda de la ría. Es un lugar marcado en el imaginario de la
ciudad, que ha recibido a lo largo de los años multitud de nombres: “La
Palanca”, “Barrio chino”, “Barrio rojo”, “Montmartre o SoHo bilbaíno”,
“Bilbao Intercultural”. Esta potente imagen hizo que la supuesta
regeneración del barrio haya suscitado expectación, debate y decepción a
partes iguales. La supuesta regeneración, entendida por algunos como
una estrategia de gentrificación, se detuvo en un momento determinado, y
es que algo parece que no funcionó.
Promesas y desigualdades en la ciudad del Guggenheim
“Nosotros somos del barrio y trabajamos en él desde
hace muchos años. Hace unos 12 regresamos a vivir aquí”. María Arana,
vecina y miembro del colectivo Zaramari, nos relata su experiencia.
“Vimos que era un espacio interesante sobre el que actuar desde nuestra
asociación, que podíamos contribuir como una herramienta más para su
transformación, descubriendo su realidad y su riqueza cultural” María,
junto a su socio Gorka, desarrolla proyectos culturales de urbanismo e
innovación social.
Hagamos un breve resumen para los desconocedores de la
historia reciente de Bilbao; durante los últimos 40 años, la Villa pasó
de ser declarada “zona de atmósfera contaminada” por el gobernador
civil, a ser el escenario del “Efecto Guggenheim”, fenómeno urbanístico
que describe la transformación del modelo productivo y recuperación
económica de una ciudad, gracias a grandes transformaciones urbanísticas
y arquitectónicas.
Con varios momentos traumáticos iniciales —las
inundaciones de 1983, el desmantelamiento de la industria pesada de la
ría, con el cierre del Astillero Euskalduna como paradigma— la
estrategia de tercerización llegó de la mano de la “década prodigiosa”
del ladrillo nacional. Primeras espadas de la arquitectura internacional
—como Norman Foster, Álvaro Siza, Rafael Moneo, Frank Gehry, Zaha Hadid
o Richard Rogers— firmaban proyectos donde antes existían astilleros y
pabellones industriales.
Muchos negocios han cerrado o se han marchado. Tal vez no llegaron a funcionar o no desarrollaron su pertenencia y vínculo al barrio
Para rematar con una guinda en el pastel, el proyecto
para el Tren de Alta Velocidad (TAV) había conseguido los fondos y
apoyos políticos necesarios, y la estación de Abando, limítrofe al
barrio de San Francisco, sería un punto de tránsito caliente en el eje
atlántico Madrid-París. O al menos eso se creía.
Durante los años de crédito fácil, no fueron pocos los
que decidieron comprar un piso o local en la zona de San Francisco,
animados por los planes de regeneración urbana que desde los años 90
vienen transformando el barrio. El Ayuntamiento realizó un plan que
incluyó polémicas demoliciones, nuevas vías de conexión y mucha vivienda
nueva. Se realizaron además notorias mejoras de los espacios públicos:
nuevas plazas, calles mejor iluminadas, lugares de estancia al borde de
la ría. Al mismo tiempo, se instalaban y consolidaban infraestructuras
culturales que atraían a nuevos públicos, como la sala de conciertos
Bilborock, BilboArte o el Museo de Reproducciones Artísticas.
La olla se enfría
“Desde promoción económica y rehabilitación
urbanística se han llevado a cabo [durante las últimas décadas] varias
campañas para atraer al barrio proyectos económicos. Ayudas para la
rehabilitación, alquileres económicos, premios”. Txelu Balboa, miembro
de ColaBoraBora, otro colectivo especializado en entornos de innovación y
colaboración con más de una década en el barrio, habla sobre las
distintas estrategias de promoción de la zona.
“Desconozco las razones últimas pero la realidad es
que muchos negocios han cerrado o se han marchado. Tal vez no llegaron a
funcionar o no desarrollaron su pertenencia y vínculo al barrio. Otros,
sí”. Después de completarse los objetivos del Plan Especial de
Rehabilitación, que construyó alrededor de 1000 viviendas, lo que ha
quedado ha sido un interregno que no ha sido como muchos esperaban. Los
precios de los inmuebles no subieron y sus pobladores nunca se fueron.
La olla no hirvió. La gentrificación nunca sucedió.
La situación social del barrio sigue siendo crítica.
Con una tasa de paro que triplica a la de la ciudad, la inversión en
negocios vanguardistas de hostelería ha recibido un nuevo impulso, y ha
colocado de nuevo al barrio en una posición de deseo de posibles
inversores que quieran dar salida a su capital. Pero los habitantes, de
multitud de nacionalidades y en general, de renta baja, todavía siguen
ahí, con un espectacular incremento de población de un 20%, más
dramático aún si consideramos la bajísima tasa de natalidad vasca, de
las más bajas del estado.
Con una tasa de paro que triplica a la de la ciudad, la inversión en negocios vanguardistas de hostelería ha recibido un nuevo impulso, colocando de nuevo al barrio en una posición de deseo de posibles inversores
“Las transformaciones sociales se producen a largo
plazo, a través de los años” continúa María, cuando la interpelamos
sobre la falta de cambio en el barrio: “Queremos buscar procesos cortos
de cambio, pero estos procesos necesitan mucho más tiempo”.
En el barrio, mientras tanto, se producen gran
cantidad de iniciativas autoorganizadas desde la ciudadanía, sociales y
creativas, que aúnan ayudas públicas y colaboración privada para dar
lugar a eventos vecinales de encuentro y experiencias de innovación
social de gran interés, algunas de ellas únicas en sus condicionantes.
Una de ellas es Gau Irekia / Noche Abierta,
un evento cultural promovido por la asociación Sarean a modo de “Noche
Blanca” con financiación pública a través de subvención pero organizado
al más puro estilo bottom-up, en el que colaboran y participan
vecinos, espacios, artistas, agentes sociales y culturales del barrio:
en su cuarta edición ha implicado unos 50 espacios del distrito, desde
prostíbulos hasta talleres de artistas, espacios de asociaciones y bares
de la zona, con actividades como conciertos, charlas, degustación de
comida para un público variado en edad, nivel cultural y procedencia.
Iniciativas desde abajo
“Una buena política a futuro pasa por potenciar los
espacios de mediación que ya existen. Es mejor promover las relaciones a
nivel individual que se están generando, más que crear un organismo
mediador, que sería más artificial”, sugiere María. Un esfuerzo de esos
espacios de mediación podría ser el espacio Sarean,
en la plaza Corazón de María, que recoge el testigo de 30 años de
iniciativas del barrio que entendían el arte y la cultura como
herramienta de reunión, construcción y cohesión.
En el local, cedido y reformado por el Ayuntamiento,
se desarrollan eventos culturales programados por una asociación
integrada por artistas, productores culturales y vecinos, a la que aquel
que quiera puede unirse. El proyecto se financia en parte por el
bar-restaurante que alberga, y en parte por ayudas públicas de cultura.
Las actividades que se desarrollan van desde la música experimental y
los grupos de lectura hasta talleres gastronómicos de las diferentes
culturas que cohabitan en el barrio.
La creación de espacios de encuentro, per se,
puede no ser suficiente. Txelu nos señala el gran problema de la mezcla
de distintos: “Todo está parcelado: los locales, las calles. Hay una
serie de pactos de convivencia no escrita. No se invaden los unos a los
otros y todos en paz”.
“Mientras que algunos vecinos percibimos esto como
conflictivo, para otros es lo normal; yo diría que hay cierta tensión en
todas direcciones. No es solo una cuestión del vecinos de toda la vida contra nuevos vecinos,
sino más bien un todos contra todos originado en unas diferencias
culturales muy grandes que no encuentran la manera de hilvanarse de
manera fluida”. Con una gran tasa de movilidad en la población
inmigrante, que utiliza en gran parte el barrio como tránsito a otros
lugares de Bilbao, la construcción de una convivencia se complica
todavía más.
No es solo una cuestión del vecinos de toda la vida contra nuevos vecinos, sino más bien un todos contra todos originado en unas diferencias culturales muy grandes
Uno de los casos de éxito que ha conseguido un cierto
reconocimiento es la iniciativa de la fiesta de Arroces del Mundo.
Carlos Askunze, miembro de la Coordinadora de Grupos del distrito,
estuvo presente cuando se pensó la receta: “La idea de Arroces del
Mundo surge en 2004. En la Coordinadora surgía la preocupación de cómo
ocupar la calle de modo reivindicativo y festivo, y cómo darle a eso un
enfoque que tuviera que ver con la interculturalidad. Alguien pensó en
el arroz, que es un alimento que se come en casi todo el mundo.
Parecía
un buen enganche para la gente, y nos permitía convertir la Plaza de
Corazón de María en un espacio autogestionado y propio de la gente”.
Carlos considera que esta iniciativa “desde abajo”
contribuye a unir lazos de los habitantes locales, al tiempo que atrae a
visitantes de otras partes de la ciudad y la provincia. Prueba de eso,
el paso en diez años de 300 asistentes a los más de 4000 del año pasado.
Por lo tanto, el enfriamiento del proceso urbanístico
-patente también en la demora de la redacción del nuevo PGOU de Bilbao-
ha propiciado que surjan iniciativas desde abajo. Una de las más
recientes es la Red de Intercambio de Espacios, proyecto comenzado desde el laboratorio y espacio de trabajo autogestionado Wikitoki.
La Red, apoyada por una subvención pública, ha mapeado e identificado
necesidades de 40 espacios del barrio, generando un canal para el
trueque de recursos entre iniciativas.
Espacios de mediación y urbanismo a fuego lento
En resumen, el barrio de San Francisco fue objeto de
grandes transformaciones urbanísticas que preparaban el desembarco para
la “gente de bien”. Aunque las piezas ya estaban colocadas
-infraestructuras culturales, promoción de negocios de economía
creativa, infraestructuras y viviendas, depreciación inmobiliaria-, el
proceso nunca llegó a cuajar. La transformación pasó del corto al largo
plazo, y con esa cadencia aparecieron iniciativas desde la ciudadanía
que buscaban espacios de convivencia.
En este caso estas iniciativas no estaban previstas:
la transformación pensada desde el tablero de dibujo y el despacho nunca
ha llegado a concretarse. Esa fortuna exigió encarar el conflicto, los
problemas, desde una perspectiva que a la Administración resulta
incómoda: la mediación. Creemos que el urbanismo de la ciudad
consolidada camina más en ese sentido, esto es, en procesos de largo
plazo a partir de un caldo de cultivo ciudadano y social y apoyados por
iniciativas públicas y privadas. Entender la ciudad como un espacio sin
problemas ni conflictos lleva al urbanismo a un camino que no tiene en
cuenta la diversidad ni los deseos ciudadanos y que debería estar ya
superado.
La problemática de la gentrificación es común a
cualquier ciudad tardocapitalista que haya descuidado sus centros
históricos. El caso de San Francisco es interesante debido a la reacción
de la ciudadanía ante este hecho: la creación de espacios de mediación
frente al paradigma de tábula rasa que imperó la década pasada en la
regeneración de barrios.
Es necesario acostumbrarnos a que la “regeneración
urbana” no consiste en expulsar a la población conflictiva y sustituirla
por otra, sino en trabajar para que la gente de los barrios mejore sus
condiciones de vida. Para ello hay que conseguir que el “calor” del
mercado no nuble la planificación urbana. Al fin y al cabo, qué mejor
para comer que un guiso cocinado a fuego lento, con ingredientes
exóticos y mucho, mucho cariño.
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